Por José Moisés Martín Carretero, miembro de ECONOMISTAS FRENTE A LA CRISIS
Mientras todos los medios de comunicación, mientras toda la opinión pública y la ciudadanía está clamando por una política económica alternativa, la clase dirigente europea se muestra inflexible y sigue haciendo del ajuste y de la austeridad su modo de enfrentar la crisis.
No sólo hay que culparles a ellos. La mayoría de los dirigentes europeos no son economistas, sino que han aprendido economía “en dos tardes” o en discusiones con sus asesores más próximos. Toman decisiones de manera muy lenta y prudente porque los mensajes que reciben desde aquellos “que saben” amenazan con terribles consecuencias si no cumplen con los principios básicos de sus postulados económicos.
¿Dónde se han formado estos economistas? ¿Quiénes son?. La mayoría son Economistas del Estado –o sus equivalentes en cada país-, profesores titulares y catedráticos de economía, que ganaron sus títulos de doctorado en universidades norteamericanas o en universidades europeas muy influidas por el pensamiento económico norteamericano. Sus bases teóricas, así como sus modelos econométricos, parten de una serie de axiomas que están, también, en el origen de la crisis.
¿Cuáles son estas raíces? Son muchas, pero, de una u otra manera, están influidas por los principales desarrollos de una parte de la teoría económica de los últimos 25 años. Los problemas no están tanto en su uso como en su abuso acrítico y escolástico, poco compatible con la complejidad de la realidad.
La primera raíz son los llamados modelos estocásticos de equilibrio general dinámico (DSGE). Estos modelos son modelos de equilibrio general, y establecen que las funciones de optimización de los agentes económicos, generalmente representados, cada uno de ellos, por un actor representativo. Las funciones de optimización, una vez sometidas a choques exógenos, obtienen un equilibrio dinámico en el que se definen todas las variables macroeconómicas significativas. Los modelos DSGE son usados intensivamente por parte de los bancos centrales e instituciones rectoras de la política económica. Sin embargo, no han estado pensados –o no lo han estado hasta ahora- para investigar y prevenir crisis financieras, ya que, de acuerdo con las investigaciones desarrolladas, la mayoría de ellos contaban en su formulación con mercados financieros perfectos y completos, sin fricciones en los mecanismos de transmisión de la política monetaria[1]. El premio Nobel Robert Solow, en su declaración ante la Subcomisión del Congreso sobre la situación de la Economía como ciencia, declaró que estos modelos son incapaces de examinar los resultados de una política macroeconómica que, para ellos, es inútil[2]. Otros autores han estudiado en profundidad las serias limitaciones de estos modelos, proponiendo alternativas más ajustadas a la realidad[3].
La segunda raíz es la propuesta del inflation targeting, modelo de política económica y monetaria que sitúa el control de la inflación –ligeramente por debajo del 2%- como único objetivo de la política monetaria, ya que, de acuerdo con Jordi Gali y tal y como planteaba Blanchard, manteniendo la inflación estable, se mantendría estable el gap entre la producción real y la potencial[4]. Cuando el Banco Central Europeo defiende la estabilidad de precios, está cumpliendo su mandato dentro de esta concepción. Cuando activa el programa de compra de bonos soberanos, es criticado porque la estabilidad financiera no forma parte de su mandato. Cuando el presidente del Banco Central Europeo hace declaraciones diciendo que no es misión del BCE solucionar los problemas de estabilidad financiera, se refiere exactamente a que su mandato está exclusivamente vinculado al control de la inflación. El propio Blanchard reconoce que la relación entre la estabilidad de precios y la estabilidad del gap entre el producto real y el potencial se está descubriendo como débil, de manera que el gap entre el producto real y el potencial se puede ampliar –como de hecho está ocurriendo- aun cuando se mantenga la estabilidad de precios[5]. De acuerdo con Stiglitz, la idea de que el control de la inflación traería consigo la estabilidad del gap entre la producción real y la potencial es esencialmente un error[6].
La tercera raíz es la combinación de la hipótesis de los mercados financieros eficientes y el modelo de valoración de activos denominado CAPM (Capital Asset Pricing Model). Esta combinación supone que el precio de los activos financieros en un mercado determinado incorpora toda la información disponible. Sin embargo, Eugene Fama y Kennet French terminaron por admitir, en 2004, que algunas combinaciones entre la hipótesis mercados financieros eficientes y el modelo CAPM generaban problemas empíricos que las hacían inválidas para su aplicación práctica, como, por ejemplo, subestimar el riesgo de los valores con beta (medida de correlación) baja con el mercado, o sobreestimar dicho riesgo si la correlación era alta[7]. Guillermo de la Dehesa identifica al CAPM como una de las bases teórica de la crisis, al subestimar el riesgo tomado a partir del abuso del CAPM[8]. Sin embargo, el CAPM sigue enseñándose como una herramienta clave de gestión de inversiones, aun a sabiendas de sus fallos empíricos.
La cuarta raíz es el axioma de las expectativas racionales, es decir, que los actores económicos toman sus decisiones en función de las expectativas que les generan las decisiones de los demás, y que, además, lo hacen desde una perspectiva estrictamente racional, por lo que cualquier medida de política económica sería inútil porque los mercados la “descontarían” y tendrían en cuenta sus efectos a la hora de reaccionar. Como ejemplo del abuso de esta hipótesis, se suele decir que una política fiscal expansiva resultaría inútil porque los actores económicos reconocerían la expectativa de un futuro recorte del gasto público para pagar la deuda generada y por lo tanto dejarían de consumir. Los estudios de Shiller y Akerlof[9], desde el punto de vista económico, y de Dan Ariely[10], desde el punto de vista psicológico, desmienten que seamos tan racionales y, más bien apuestan porque la información asimétrica, las emociones, los errores de percepción, y los errores en la toma de decisiones pesan mucho más de lo que nos imaginábamos.
La quinta raíz es el axioma de la inelasticidad a largo plazo de la curva de oferta agregada. De acuerdo con este axioma, un incremento en la demanda agregada –vía, por ejemplo, gasto público- sólo traería crecimiento de la renta en el corto plazo, ya que en el largo plazo, dado que la oferta agregada es inelástica y responde sólo a factores estructurales, el incremento de demanda se traduciría en un incremento de precios sin incremento de producción. De esta manera, cualquier intento de estimular la producción desde el lado de la demanda sería inútil a largo plazo y sólo lograría empeorar las cuentas públicas. Esta inelasticidad de la curva de oferta agregada supone que los recursos que están sin ser utilizados en una economía son mínimos y que siempre se está cerca del pleno empleo. El problema que surge con esta modelización de la curva de oferta agregada a largo plazo no es tanto su categorización formal, como el uso abusivo que se hace para rechazar estímulos a corto plazo –con un nivel de desempleo involuntario rondando el 25% en España-, y la práctica desaparición del estudio del papel de la Demanda Agregada como impulsora del crecimiento en el largo plazo[11].
Sobre estas bases, y sobre su uso excesivamente mecanicista, se asienta el conocimiento económico dominante en el Banco Central Europeo y las instituciones comunitarias, y, en buena medida, la alergia del Bundesbank y de Alemania para apostar por una estrategia de crecimiento económico en la Eurozona. Por estas razones no se permite que el Banco Central Europeo actúe como prestamista de última instancia, se desconfía de las políticas de crecimiento dirigidas desde la demanda y se desautoriza la intervención del estado en la actividad económica.
Los modelos y teorías económicas no son neutrales. El triunfo de estas posiciones no se ha debido a su superioridad metodológica o técnica sobre otras, sino a cuestiones relacionadas con la “sociología” de la investigación científica. En los años ochenta, Robert Lucas, el padre de las expectativas racionales, afirmaba que, en los seminarios técnicos en los que alguien utilizaba conceptos keynesianos, los demás participantes rumoreaban y se lanzaban sonrisas entre ellos. Poco a poco los keynesianos fueron saliendo de la escena académica y cuando otros investigadores y profesores, como Mankiw, recuperó conceptos keynesianos para ofrecer como alternativa, lo tuvo que hacer ya como respuesta a la Nueva Macroeconomía Clásica, asumiendo una parte importante de su legado. El premio nobel Paul Krugman ha lamentado lo difícil que es, hoy en día, encontrar economistas que puedan expresarse bien en términos del “anticuado” modelo IS-LM, que, según él, ha resultado mucho más útil para determinar la naturaleza de la crisis[12] y sus posibles salidas.
Lars Svenson, uno de los teóricos del Inflation Targeting, expuso que es la mejor opción y es la política que mejor resultado da si se aplica en su extensión total y se entiende correctamente. De esta manera, si no da los resultados previstos, es o bien porque no se ha entendido correctamente, o porque no se ha aplicado en su totalidad. Svenson convirtió de esta manera su propuesta de política económica en un dogma fuera de toda crítica, porque siempre podría refugiarse en que ese país no lo entendió bien, o esa otra economía no aplicó su política en su totalidad. Este argumento, irrefutable per se, se puede trasladar a cualquier política de ajuste (la desregulación del mercado laboral es muy dado a ello, por ejemplo: si la contrarreforma del mercado de trabajo no genera empleo, es porque es demasiado tímida).
La falta de rigor ha llegado hasta el extremo de reescribir la historia: los partidarios de la austeridad señalan que la crisis de los años 30 en Europa y Estados Unidos, lejos de ser causada por el crack de 1929, fue causada por el exceso de gasto público del New Deal de Roosvelt, contraviniendo de esta manera todos los análisis realizados sobre la crisis en 80 años. De manera más cercana, el Plan E es el causante de nuestros actuales males, ya que incrementó la deuda y el déficit sin generar el crecimiento deseado. Los abogados de esta visión pasan por alto que España entró en recesión cuando todavía tenía las cuentas equilibradas.
Diseccionando estas, o otras bases del pensamiento económico conservador, Albert O. Hirschman, un economista norteamericano del que muchos pensamos mereció el premio Nobel, escribió su libro “Retóricas de la intransigencia[13]”, en el cual describe los argumentos políticos que los conservadores suelen utilizar para desautorizar los avances políticos y sociales. Hirschman distinguió tres tesis para rechazar una política progresista:
- La tesis de la perversidad, según la cual toda acción deliberada para mejorar algún rasgo político, económico o social sólo servirá para empeorar las condiciones que se pretendían mejorar.
- La tesis de la futilidad, que sostiene que toda tentativa de reforma será inútil porque la sociedad y la economía están regidas por leyes inalterables.
- La tesis del riesgo, que supone que el coste asumido por el cambio o la reforma propuesta es demasiado alto ya que pone en riesgo algún logro conseguido con anterioridad.
Hirschman escribió su libro en 1991, en defensa del Estado del Bienestar y en el fragor de la contrarrevolución conservadora de los años ochenta. Veintiún años después, todo parece indicar que su análisis sobre el discurso económico que se estaba imponiendo era cierta. Basta con revisar las declaraciones de muchos líderes europeos en los últimos años para encontrar expresiones como “no es la solución” (futilidad), “empeorará el problema” (perversidad) o “nos pone en riesgo a todos” (riesgo). Elementos de un discurso ideológico que recorre las raíces teóricas de la crisis y que, no sólo desde la ciencia social más consciente, sino desde la práctica honesta de muchos departamentos universitarios e incluso organismos internacionales –incluyendo, sorprendentemente, la última etapa del FMI y del Banco Mundial- se empieza a cuestionar abiertamente en tanto que opción rectora de la política económica.
[1] Roger and Vleck “Macrofinancial Modeling at Central Banks: Recent Developments and Future
Directions”. IMF working Paper WP 12/21. En el mismo se realiza una completa revisión de los principales modelos DSGE que se han desarrollado en los Bancos Centrales.
[2] Solow, Robert “Building a Science of Economics for the Real World” Testimonio ante el Congreso de los Estados Unidos, 20 de Julio de 2010.
[3] Por poner sólo un ejemplo, Fagiolo y Roventini, en “Macroeconomic Policy in DSGE and Agent-Based Models”, WP 12-17. Se puede encontrar en www.economix.fr
[4] Blanchard, O. “Monetary Policy in the Wake of the Crisis”. Disponible en: http://www.imf.org/external/np/seminars/eng/2011/res/pdf/OB2presentation.pdf
[5] Blanchard, Op. Cit.
[6] Stiglitz, J, 2011 “Macroeconomics, Monetary Policy, and the Crisis”. Puede obtenerse en: http://www.imf.org/external/np/seminars/eng/2011/res/pdf/JSpresentation.pdf
[7] Fama, French 2004. “The Capital Asset Pricing Model: Theory and Evidence”.
[8] De la Dehesa. “La primera crisis financiera del siglo XXI”. Alianza Editorial, 2009.
[9] Shiller, Akerlof. “Animal Spirits”. Princeton University Press, 2009.
[10] Ariely, 2009. “Predictably Irrational”. HarperCollins, 2008.
[11] Setterfield recoge una excelente serie de documentos de trabajo sobre el enfoque postkeynesiano de crecimiento impulsado por la Demanda Agregada en “La Economía del Crecimiento dirigido por la Demanda”. Akal, 2005.
[12] Krugman, “Economics in the Crisis”. En: http://krugman.blogs.nytimes.com/2012/03/05/economics-in-the-crisis/
[13] Hirschmann, A. O. “Retóricas de la Intransigencia”. Fondo de Cultura Económica,1991.
Este artículo es una versión de un capítulo del libro de Economistas Frente a la Crisis «No es Economía, es Ideología» Editado por la Editorial Deusto/Planeta.
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