Jorge Blázquez Lidoy (@BlazquezLidoy) es Doctor en Economía y miembro de Economistas Frente a la Crisis
El pasado día 7 de noviembre de 2013 tuvo lugar en Madrid un debate público organizado por la Fundación Friedrich Ebert y Economistas Frente a la Crisis para tratar los efectos de la austeridad sobre la cohesión social y sobre las políticas públicas. Este es el resumen del debate y las principales conclusiones.
Las políticas de austeridad se están presentado desde 2010 como la única alternativa económica posible para salir de la crisis. El mensaje oficial es que la austeridad es el camino hacia el crecimiento y la competitividad. Sin embargo, también es cierto que las políticas de austeridad esconden detrás una agenda ideológica de corte liberal. El problema no es sólo “las políticas de austeridad”, sino “qué austeridad” o siendo más precisos, qué políticas de austeridad se escogen y cómo se implementan. Por ejemplo, la reducción del déficit público puede conseguirse mediante recorte de los gastos o bien mediante subidas de los impuestos, pero los efectos económicos y sociales serán diferentes en un caso que en otro. En este sentido, las políticas de austeridad reflejan una opción política e ideológica.
Pero estas políticas de austeridad van más allá de los propios gobiernos nacionales. La Comisión Europea ha cambiado su forma de actuar con el objetivo de reforzar dichas políticas. Si en el pasado la Comisión Europa se caracterizó por unas suaves recomendaciones de política económica, ahora se la reconoce por forzar unas rígidas y severas políticas de austeridad.
Desde un punto de vista meramente económico, el mercado de trabajo es el más afectado por la crisis económica y por las actuales políticas. De hecho, el desempleo en estos países ha llegado niveles récord y alarmantes, especialmente entre los jóvenes. Además, la crisis ha agudizado al máximo la segmentación de este mercado entre trabajadores y desempleados. Este contexto tan complejo, los países de Sur han llevado a cabo importantes reformas laborales. Estas reformas han tendido a desproteger al trabajador para acelerar las caídas salariales y conseguir una mayor flexibilidad laboral. Con ello se pretende forzar el proceso de devaluación interna para ganar con competitividad exterior.
Desafortunadamente, las caídas en los salarios no se están viendo acompañadas de caídas en el nivel de precios de similar magnitud, o al menos, de la magnitud que uno podría esperar. Ello significa que los menores costes laborales están siendo aprovechado por las empresas para aumentar sus márgenes. Como resultado de ambos efectos, la competitividad externa del país no mejora y el ajuste salarial termina convirtiéndose en una transferencia de rentas de los trabajadores a los empresarios. Este tipo de reformas, que acompañan a la retorica de la austeridad, son un ejemplo a favor de aquellos que sostienen que las políticas actuales están barnizadas de una ideología de corte neoliberal.
El desempleo galopante y, en menor medida, la caídas de las rentas salariales son el motor de la creciente pobreza en la Europa del Sur. La insuficiente falta de protección social está creando aceleradamente “hogares pobres”, en particular cuando todos sus miembros están desempleados.[1] Pero es que, además, las actuales políticas de austeridad se han convertido en una barrera infranqueable a la hora de buscar los recursos necesarios que nos permitan abordar este problema.
En este contexto, las pensiones mínimas deben ser siempre suficientes como para convertirse en una salvaguardia de cara a la pobreza, especialmente porque las personas mayores ya no tienen medios ni fuerzas como para escapar de la misma. Adicionalmente, hay que tener en cuenta que los jubilados son usuarios de muchos servicios sociales y, en particular, de la sanidad, que ya se está recortando. Así que, aunque a priori no haya un recorte de las pensiones, de alguna forma si se está recortando el poder adquisitivo de los pensionistas, ya que estas personas utilizan más intensamente estos servicios sociales.
Pero la actual crisis pasará y muchos economistas nos preguntamos: qué reformas son necesarias para crecer y crear empleo y qué a día de hoy están completamente fuera de la agenda.
Las actuales políticas de austeridad prestan mucha atención al equilibrio presupuestario y a la flexibilidad laboral. Pero sorprendentemente ignoran los aspectos relacionados con la eficiencia empresarial, que son tan importante o más que los anteriores. En este sentido uno de los principales problemas de estos países es el de un sistema empresarial muy ineficiente. Muchas empresas gozan de una protección especial –muchas veces sutil- del Estado y se favorecen de redes clientelares. En este contexto tan favorable, estas empresas son capaces de obtener unos beneficios extraordinarios a costa del resto de los sectores económicos. En muchos entornos empresariales el libre mercado no es más que una concepción teórica, algo meramente hipotético. Una de la reformas que tendrían que llevarse a cabo urgentemente es la reforma empresarial para favorecer la libre competencia, pero, ahora mismo, está fuera del debate
En el ámbito empresarial, también es urgente abordar uno de los problemas más importantes de la crisis: la existencia de una dualidad en el mercado de crédito. El crédito solo existe para las grandes empresas. Para las pequeñas empresas, la base de estás economías del Sur de Europa, el crédito es inexistente. Ignorar este problema y mirar para otro lado, es una forma de condenar al estancamiento a buena parte de la economía. Sin embargo, el discurso oficial es que la banca ya está saneada, funciona correctamente y que más pronto que tarde el crédito fluirá por la economía.
Los Gobiernos deberían ser conscientes de que muchas reformas pro-austeridad que se están llevando a cabo son reformas anti-crecimiento a largo plazo. El pilar básico del crecimiento a largo plazo es la productividad. Ésta depende de factores tales como la educación, la sanidad y la I+D, todos ellos sometidos a duros recortes y ajustes. En el mismo sentido, se echa de menos una política industrial, que está totalmente ausente del discurso de las austeridad.
Desafortunadamente en los próximos años Europa va a ser “agnóstica” respecto del Estado de Bienestar. Los temas sociales ya han pasado a un segundo orden. Como resultado la crisis económica, unido a este desinterés europeo en los problemas sociales, nos encaminamos hacia una sociedad más fragmentada, donde será más complicado absorber una creciente desigualdad y pobreza. Igualmente, hay una urgente necesidad de recuperar la credibilidad de las instituciones democráticas en los países del Sur de Europa. La crisis y las políticas implementadas a raíz de la misma han dañado la imagen de las instituciones ante los ciudadanos. Muchos de estos países tiene democracias muy jóvenes y la crisis está poniendo en entredicho su legitimidad. Este es un problema y un riesgo que va más allá de la economía y afecta de lleno a las sociedad y a su sistema de valores.
[1] Por ejemplo, en Portugal las familias de padres jóvenes con 3 hijos son las desafortunadas ganadoras de esta desgraciada lotería.
¿Por qué no se oye la voz de las pequeñas y medianas empresas protestando por su situación ante el crédito? Parecen desaparecidas del debate público y es de temer que sus propietarios votan a partidos pro-austeridad. ¿No se dan cuentas de que eso las perjudica?
[…] Posted on 21/11/2013 […]