Verdades a medias en los análisis económicos

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Economistas Frente a la Crisis

La economía no es una ciencia exacta, por mucho que algunos intenten presentarla como tal. No cabe aquí hacer una reflexión sobre la epistemología y metodología de una ciencia social que abusa de la formalización para destilar “hechos estilizados” que, mal gestionados, separan los procesos económicos de su realidad social, cultural, política o ambiental. Ese análisis ha sido ya muy desarrollado por importantes economistas y forma parte del sentir de Economistas Frente a la Crisis.

Sin embargo, a un nivel mucho más operativo, lejos de la teoría económica, pero conformando opinión pública, aparecen con cierta periodicidad informes, comentarios o notas ofreciendo información económica que no obedece estrictamente a la realidad. Se trata de las verdades a medias que muchos economistas utilizan para corroborar sus puntos de vista ideológicos, y que un ciudadano desprevenido puede tomar como ciertos sólo porque los ha expresado “un economista”.

Dicen que si uno retuerce lo suficiente un conjunto de datos estadísticos, terminarán confesando. De acuerdo con algunos estudios, citados en el excelente post “¿Nos podemos fiar de los Economistas?[1]” del blog Nadaesgratis.org, una buena parte de los economistas “masajean” los datos de sus análisis estadísticos para ofrecer una valoración empírica más consistente. Entraríamos aquí en algunas de las discusiones más relevantes en relación a la validez académica de la investigación económica empírica.

El presente post aterriza mucho más en algunos elementos que, con cierta profusión, se ofrecen en algunos estudios, artículos o columnas de opinión, incluyendo algunos ejemplos.

En primer lugar, la utilización de datos sacados de contexto, que se utilizan para alimentar titulares, y que una vez que son examinados en profundidad, ofrecen una realidad diferente. Por ejemplo: el KMPG tax Survey 2012[2], un informe de la consultora global KPMG que señala que España es el país con uno de los tipos marginales de IRPF más altos del mundo, poniendo en evidencia así la “insoportable presión fiscal” que sufren los españoles. Lo cierto es que el tipo marginal es sólo una parte del impuesto total efectivo, y este 52% de tipo marginal se aplica sólo a las rentas superiores a 300 mil dólares. Utilizando datos del mismo informe, la realidad es que España aplica una imposición efectiva del 44,1% a las rentas superiores a 300 mil dólares. Esto es, que si alguien gana 300 mil dólares, pagará en impuestos y seguridad social la cifra de 132 mil dólares (y no 156 mil, resultantes de aplicar el 52%). Cantidad nada despreciable, pero que, puesta en contexto, y comparada con algunos socios europeos, se empequeñece. Por ejemplo, la misma persona pagaría 165 mil dólares en Austria, 162 mil dólares en Francia, 160 mil en Bélgica, 155 mil en Italia, 144 mil en Países Bajos.

La situación es todavía más interesante en el caso de ingresos por valor de 100 mil dólares. En ese caso, un español estaría pagando alrededor de 35 mil dólares de impuestos y cotizaciones a la seguridad social, mientras que un Belga pagaría 46 mil dólares de impuestos. De hecho, en ese tramo de rentas, España está por detrás de 15 países de la Unión Europea (Bélgica, Grecia, Italia, Alemania, Austria, Dinamarca, Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal, Finlandia, Suecia, Irlanda, Letonia, Polonia) y por debajo de países mucho menos desarrollados (Guatemala, Senegal).

En definitiva, el titular muestra que España tiene el “tipo impositivo marginal más alto”, pero en realidad, las rentas altas en España están sustancialmente menos gravadas que en otros países de nuestro entorno.

Una segunda fuente de verdades a medias es la incorrecta manipulación de la información estadística. En su post “Prestaciones sociales de crisis, estructura estatal de burbuja[3]”, publicado en «El confidencial», el economista Antonio España compara las cifras de los presupuestos generales del Estado de 2004 con los de los presupuestos generales de 2013, para terminar concluyendo que en 2013, que somos pobres, gastamos tanto como en 2004, que éramos ricos, y por lo tanto estos presupuestos son excesivos.  En el mismo se incorpora una gráfica en la que se demuestra que el crecimiento del presupuesto general del Estado ha sido del 38% entre 2004 y 2013.

El post adolece de serias deficiencias metodológicas. Al utilizar euros corrientes, y no constantes, el cálculo que realiza sobre el crecimiento del presupuesto público da a entender que se ha disparado vertiginosamente y que no son unos presupuestos responsables -38% más de gasto. Pero si calculamos los euros reales –es decir, teniendo en cuenta la inflación del período entre 2004 y 2013- el presupuesto general del estado ha crecido, en términos reales, un 11,9%, esto es, tres veces menos de lo expuesto en el artículo. Al parecer, este 11,9% (y mucho de ello debido a los estabilizadores automáticos, ya explicados en otro post[4], y al pago de los intereses de la deuda) no es, para el autor, lo suficientemente espectacular para justificar la necesidad de realizar un recorte adicional en nuestras finanzas públicas, por lo que ha preferido obviar la inflación, logrando así una cifra más abultada y acorde con su posición inicial.

Una tercera fuente de verdades a medias es la extracción de conclusiones que poco o nada tienen que ver con la exposición teórica o empírica que se supone deberían apoyarlas. En un artículo publicado por FEDEA –»La crisis española en una perspectiva mundial»-, sus autores (Fernández-Villaverde y Ohanian) expone un modelo de los denominados de Equilibrio General Dinámico, con el que explicar el comportamiento de la Economía Española. Entre sus conclusiones, aparece la necesidad de flexibilizar el mercado laboral español y la necesidad de controlar el déficit. Nada tendríamos que objetar a su razonamiento si no fuera porque ni la rigidez del mercado laboral ni el déficit público formaban parte del complicado modelo que exponen en las páginas anteriores. Es decir, que sus conclusiones no se extraen del modelo que expone, sino de sus propias opiniones sin contrastar empíricamente en ese trabajo, como muy acertadamente le plantea el comentarista de su artículo[5]:

«La única concesión a los hechos presentados en la primera parte aparece en la sección de conclusiones y viene referida a la política fiscal y al desempleo. En términos bastante expeditivos, Fernández-Villaverde y Ohanian nos dicen que el peligro real para el bienestar radica en la posibilidad de abultados déficits fiscales y en las paleolíticas instituciones del mercado de trabajo que están ocasionando tanto desempleo. Todo esto podría ser cierto, pero en su trabajo analítico no he podido encontrar nada referido a estos aspectos. Como ya he explicado, el modelo no incluye déficit fiscales o desempleo. Tampoco he podido hallar en el artículo discusión alguna sobre el bienestar. Con todo, el lector no debería desdeñar sus advertencias. Fernández-Villaverde y Ohanian son economistas inteligentes y sus opiniones merecen atención, aun cuando excedan los límites de su investigación.«

En definitiva, en muchas ocasiones, como las aquí citadas, utilizar el lenguaje económico no garantiza, ni mucho menos, su completa veracidad, o un sólido soporte  empírico. Conviene, por lo tanto, estar alerta ante los mensajes que, bajo el manto de la teoría o el análisis económico, no esconden sino una forma mucho más sutil de ideología.

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