El ruido y la furia

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Por Gustavo Adolfo Medina Izquierdo, miembro de Economistas Frente a la Crisis

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“Be scared. You can’t help that. But don’t be afraid”

(William Faulkner)

Algo está cambiando. La resignada aceptación con la que una parte significativa de la ciudadanía ha asumido el coste de la crisis se evapora. La recuperación llega. Sí, pero de forma perceptible tan sólo para unos cuantos. La economía española comienza a desperezarse muy lentamente. El asimétrico crecimiento de los últimos trimestres no levanta excesivos entusiasmos. Hay demasiados desequilibrios, demasiadas incertidumbres, demasiadas heridas sin cicatrizar. Para el ciudadano medio, el panorama no mejora y si mejora, al menos no lo suficiente ni lo suficientemente deprisa. Hay una sensación general de engañifa, de ciclo agotado, de necesidad de cambios de calado, incluso rupturistas. Y ni el fingido entusiasmo de ciertos responsables políticos y empresariales ni las medidas electoralistas de última hora están resultando aparentemente convincentes. No sólo los mercados descuentan comportamientos futuros. También la ciudadanía ha aprendido a descontar el oportunismo de los programas de gobierno y de las promesas electorales.

Especialmente cuando quienes pretenden responsabilizarse de su ejecución y cumplimiento son los mismos que, en no pocas ocasiones, han subvertido el significado de la palabra democracia hasta hacer de ella un vocablo irreconocible y vacío de contenido. A pocos ciudadanos les cuadra ya un sistema en el que la soberanía popular sólo tiene cabida en la agenda política una vez cada cuatro años. Se acabó el tiempo de los cheques en blanco, de la confianza ciega, de las falsas e innecesarias tutelas, de las lealtades mal entendidas. La ciudadanía exige recuperar el espacio que le corresponde, volver a ser protagonista de su propia historia. Esta vez el coste de la crisis no puede correr única y exclusivamente por su cuenta. Hay responsables-con siglas, nombres y apellidos-de tanto sufrimiento, de tanta tropelía, de tanta injusticia pero, sobre todo y ante todo, hay responsables con nombres y apellidos de la inaceptable ausencia de futuro a la que se ha condenado y se sigue condenando a una generación entera. Nada puede ser igual y nada debe seguir igual. Quien quiera hablar en nombre de todos tendrá que hacerlo en un idioma diferente. Otra política es posible y otra política tiene que ser posible. No hay muchas más alternativas si lo que se pretende es superar, avanzar, regenerar, sumar, reconstruir.

Pero que nadie se llame a engaño. Fácil no va a ser. Los defensores a ultranza del establishment van a vender muy cara su derrota. El camino que conduce hacia el cambio de paradigma es intrincado, incierto y en absoluto está libre de obstáculos. El impulso inicial ya está en marcha. La mecha ha prendido. De eso no hay duda. Pero no son pocos ni poco poderosos quienes, desde el otro lado de la barricada, están haciendo y van a hacer todo lo que esté en sus manos para torcer los designios de una historia, no se nos olvide, aún por escribir. Determinación en sus propósitos no les falta. No es la primera vez que se enfrentan a una situación parecida. El capitalismo de amiguetes se ha especializado en sobrevivir a sus propios excesos y en ponerse a salvo de sus propias y muchas contradicciones. En ello confían y por eso contraatacan, desde todas las trincheras y con todo el arsenal mediático, institucional y económico del que disponen, con el único fin de adulterar el proceso en marcha, eliminar cualquier atisbo de cambio y forzar el triunfo de una forma de entender España y Europa que sólo tiene sentido para quienes durante los últimos años han visto fortificadas sus posiciones de privilegio a costa de la generación de toneladas de miseria moral y humana.

Si a estas alturas todavía alguien albergaba dudas respecto hasta dónde son capaces de llegar en la defensa de sus intereses, lo acontecido durante estas últimas semanas en Grecia seguramente se las habrá disipado todas. Una vez más, tal y como diagnosticó José Mújica, ex presidente de Uruguay, el infantilismo ha sido la patología de la izquierda. Confiadamente hemos creído que la democracia era un dique invulnerable, seguro; que el sentido común prevalecería, se impondría a las más toscas posturas, que el interés general era un propósito, una meta. Nada más lejos de la realidad. Su marco conceptual es otro, nos sobrepasa. No hay ataduras morales ni compromiso europeo ni fundamento económico apoyado en la racionalidad detrás de sus actuaciones. La defensa de la exuberancia financiera es su único credo. No les escuece nada lo más mínimo, y mucho menos que Grecia sea el paradigma más clamoroso del fracaso de sus recetas. No se sienten partícipes de su depauperación, del terrible retroceso social y humano que asola a su población. Muy al contrario, actúan como si todo aquello nada tuviera que ver con ellos, con lo que han pontificado, con lo que han establecido, con lo que han mandatado. Desprecian la democracia, sí, y desde el desprecio a la democracia-y a todo lo que ella comporta y a todo lo que ella representa-no dudan en sacrificar el futuro de todo un pueblo, muy probablemente también el de todos los pueblos de esta Europa unida con la que tanto hemos soñado y por la que tanto hemos trabajado, con tal de continuar con una hoja de ruta suicida e inconsistente que todo lo supedita a la voracidad acreedora de quienes, más que guardianes del orden económico e institucional del primer mundo, parecen hienas.

Aviso para navegantes. Los intereses espurios de los gobiernos del norte, y de las instituciones financieras a las que representan, como París, bien valen una misa. No importa quién sea el muerto. Esta vez le ha tocado a Grecia. La próxima ya se verá. Que tomen nota quienes tengan intención de hacerse valer gracias a la democracia, a la transparencia, a la defensa de una Europa socialmente digna. La fuerza de la razón o la fuerza de los votos a fecha de hoy no es garantía de nada. Y si no pregúntenle a Tsipras, a Varoufakis. Ellos sí que han experimentado en sus propias carnes, como todos los griegos, como todos los europeos a los que esta Europa del latrocinio financiero está condenando a la indignidad, el churchilliano “blood, toil, tears and sweat”. De momento, el ruido y la furia, que a diario se expresa en todas las plazas sintagma de Europa, no es suficiente argumento de autoridad, no ha servido para que se achiquen, para amedrentarles. Disponen de los medios y de la retórica necesaria para torcer el brazo de una parte significativa de la opinión pública. También cuentan con poderosos aliados como la capacidad para manipular, para hacer de las mentiras verdades incuestionables. Además tienen al miedo de su parte. Parafraseando a Quevedo, ese poderoso caballero…

Pero no por ello hemos de ser pesimistas, y mucho menos rendirnos. La democracia aún late, se expresa, protesta, se defiende, está viva, y ese es nuestro mejor aliado, nuestro único aliado, y su peor enemigo. Hagamos uso y abuso de sus virtudes. En España y en Europa. Quien sepa liderar desde la razón acabará triunfando desde la inteligencia. Nada está perdido, y mucho menos ahora. Su intransigencia es síntoma de su mal disimulada desesperación. No saben hacia dónde ir, sólo pretenden sobrevivir, imponernos su dietario. Pero antes o después su arbitrariedad y sus profundas contradicciones les situarán ante una encrucijada. Ya ha pasado en Grecia, en parte también en España. Hay mucha gente cansada, muy cansada. Asustados sí, pero no temerosos. Estoy convencido. Su ruido y su furia son el germen de nuestras esperanzas.

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