Análisis de EFC de la EPA 3er. trimestre 2017
Nada cambia: se crea mucho empleo pero muy precario
La EPA del tercer trimestre del año ha reflejado un aumento trimestral de la ocupación de 235.900 personas y una caída del desempleo de 182.600. Este incremento del número de personas con empleo es cuantitativamente muy importante, el cuarto mayor de toda la serie histórica en términos absolutos. Por su parte, la caída del paro, siendo notable, es inferior a la registrada en el mismo trimestre de los tres últimos años, aunque tiene el valor de haberse producido con un aumento de la población activa de 53.300 personas, mientras que en los años anteriores la población dispuesta a trabajar se recortó.
Es cierto que los terceros trimestres suelen ser muy favorables para el empleo, porque recogen el impacto positivo del tirón veraniego de actividades como el turismo y la hostelería, muy intensivas en empleo. Pero no lo es menos que, más allá de este componente estacional en este trimestre, los buenos datos en materia de creación de empleo y reducción del desempleo se vienen constatando desde que la economía comenzó su reactivación hace tres años. Lamentablemente, la elevada precariedad laboral empaña estos registros de creación de empleo. Dos datos de este trimestre resumen bien lo que está sucediendo en nuestro mercado laboral.
De un lado, como cara positiva, la tasa de paro ha vuelto a descender en ocho décimas, y se sitúa en el 16,4%, la más baja desde el cuarto trimestre de 2008. Por supuesto, sigue siendo muy elevada, la segunda mayor de toda la Unión Europea (tras la de Grecia) y el doble de la media de la zona. Pero hay que tener en cuenta que ha caído más de 10 puntos desde que alcanzó su máximo histórico en el primer trimestre de 2013. Es decir, que la creación de empleo y la consiguiente reducción del paro caminan a un ritmo muy importante, de la mano de un crecimiento económico que ha dado muestras hasta el momento de una solidez destacable, aunque impulsado por factores externos que se están agotando.
De otro lado, la cara negativa se refleja en la tasa de temporalidad, el porcentaje de personas que trabajan con un contrato con fecha cierta de término, que no para de crecer: alcanza ya el 27,4%, y que es la más alta también desde el cuarto trimestre de 2008. Paralelamente a la reducción del paro, la temporalidad del empleo ha ido subiendo, y ya es 5,4 puntos superior a la existente en el primer trimestre de 2013, cuando se situaba en mínimos.
Estas dos cifras, como decimos, ilustran bien, de manera esquemática, la perversa dinámica de nuestro mercado de trabajo, que ofrece registros destacables en cuanto a creación de empleo, pero que lo hace debido a que genera un empleo de muy baja calidad, poco productivo, y como tal, poco estable. La actual recuperación económica no está haciendo sino poner de relieve que el tradicional comportamiento de nuestra economía en materia de empleo, que destruye mucho empleo en épocas de crisis (y la pasada fue terrible en ese aspecto) y luego crea también mucho cuando el PIB despega, se ha exacerbado. Y es así porque la última reforma laboral, la puesta en marcha por el Gobierno del PP en 2012, no ha hecho sino incrementar el grado de precariedad general del empleo.
El análisis detallado de los datos de la EPA ofrece más cifras que no hacen sino refrendar este escenario de más empleo, menos paro y más temporalidad y precariedad.
Como aspectos positivos, en este trimestre ha caído el número de parados de larga duración (más de un año buscando empleo) en 244.500 personas, y el número de hogares con todos sus miembros en paro en 83.700. La tendencia es positiva, pero no cabe olvidar que los registros absolutos aún son muy preocupantes: la mitad del paro es de larga duración (1.891.100 parados), y el 36,5% es de muy larga duración (más de dos años en paro); y hay casi 1,2 millones de hogares con todos sus miembros en paro. Además, hay 600.000 hogares que no perciben ingresos.
Pero la mala calidad del empleo se está extendiendo. Mientras el empleo indefinido crece a un ritmo anual del 2,7%, el temporal lo hace el 4,9%. Y aunque el empleo a tiempo parcial ahora crece menos que el de jornada completa (1,1% anual, frente a 3,1%), el primero supone ya el 14,3% del total, 3,4 puntos porcentuales más que el que había en idéntico período de 2007. Es decir, hay más trabajo parcial, y esencialmente de carácter indeseado, porque no encuentra trabajo a jornada completa: 1,5 millones de trabajadores están en esa situación, 6 de cada 10 ocupados a tiempo parcial. Se trata, en consecuencia, de subempleo.
Esta elevada precariedad laboral implica niveles salariales muy reducidos, lo que no solo es motivo de preocupación por lo que supone para la calidad de vida de las trabajadoras y los trabajadores, sino porque es uno de los principales factores de riesgo para la recuperación equilibrada de nuestra economía. Sin mejores empleos las rentas de la mayoría de las familias no crecen, tampoco lo hace el consumo y, por tanto, las empresas no venden, la producción de frena y el empleo no aumenta. Una espiral incompatible con el despegue económico del conjunto del país y con la mejora de bienestar colectiva.
Así lo están entendiendo la mayoría de analistas y los principales organismos internacionales. FMI, OCDE, Comisión Europea o Banco Central Europeo, de uno u otro modo, vienen destacando esta debilidad de nuestra economía en sus últimos informes, refiriéndose explícitamente al hecho de que las pasadas reformas laborales y las políticas de austeridad aplicadas desde 2012 han tenido como consecuencia un incremento de la precariedad del empleo, una caída de las rentas salariales y, como colofón, un aumento de las situaciones de pobreza y exclusión social. España es el país de la UE donde una mayor proporción de la población ocupada está en situación de pobreza relativa (14,1%), y uno donde más ha crecido la población en riesgo de pobreza o exclusión social desde 2008, alcanzando ya al 27,9%.
Los diagnósticos de estos influyentes organismos internacionales en esta materia son acertados, pero lamentablemente sus recomendaciones no son coherentes con los mismos. Tras concluir que las políticas aplicadas han tenido efectos muy negativos, incompatibles con una salida de la crisis sana y duradera, sus recomendaciones sin embargo suelen traducirse en más de lo mismo, o en actuaciones que no atacan las causas reales de estas disfunciones. Muestran, en este sentido, acierto en el análisis pero un incomprensible adocenamiento y una irritante complacencia en sus recetas.
Para EFC la situación actual debe implicar un cambio nítido de políticas. Nuestra economía no tiene problemas para generar empleo, sino para que este sea más productivo, estable y de calidad. No se trata de crear cualquier empleo, sino aquellos que sirvan para alimentar un desarrollo más equilibrado y sostenible económica, social y medioambientalmente, y ello requiere una estrategia más ambiciosa y novedosa para reducir el elevado fraude en la contratación que explica la mayor parte de nuestra elevada temporalidad del empleo. Es preciso reformar el contrato a tiempo parcial, para que se convierta en un instrumento laboral útil para empresas y trabajadores, y deje de ser un nicho de precariedad, como ahora. Se necesita reducir el paro, pero sobre todo aquél que muestra mayores resistencias a ello, para lo que es preciso modificar las políticas activas de empleo y poner el acento en la orientación personalizada a la persona sin empleo. Es necesario que los salarios crezcan en coherencia con la fase del ciclo en la que nos encontramos, para mejorar la calidad de vida de los millones de hogares que dependen del trabajo por cuenta ajena para llegar a fin de mes. Y, por último, es imprescindible conformar un tejido de protección social que permita sobrevivir de manera digna a todos aquellos que de manera involuntaria han perdido su principal fuente de ingresos, el empleo, aumentando la cobertura e intensidad de las prestaciones.
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