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Una manera distinta y democrática de pensar el trabajo

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“En los albores del siglo XXI, cuando las regulaciones puestas en obra en el marco de la sociedad industrial se ven a su vez profundamente quebrantadas; es el mismo contrato social el que hay que redefinir. Pacto de solidaridad, pacto de trabajo, pacto de ciudadanía: pensar las condiciones de la inclusión de todos (…) para “hacer sociedad”. (Robert Castel, 1998)

Hace tan solo ocho años, la Troika comunitaria, en consenso con el gobierno español, ponía las condiciones al rescate financiero de la banca española. Lo primero de todo, aplicar medidas para destruir los poderes de negociación sindical contenidos en el Estatuto de los Trabajadores, y conseguir una devaluación salarial que aumentara los beneficios de las empresas. Los técnicos se basaban, entre otros, en un estudio realizado por el economista jefe del FMI [i], sobre las causas de la baja resiliencia del empleo en España. Sin embargo, hoy sabemos que la causa de la rapidez con que la economía española destruye empleo en las crisis se debe al peso desproporcionado que han tenido el turismo y la construcción en la estructura de la ocupación en nuestro país.

Los años de burbujas y alegría, a inicios del siglo, coincidieron con una etapa de debilitamiento del sindicalismo representada por la dirección pro-servicios y anti-política de esas organizaciones. Una deriva que provocó un empobrecimiento del pensamiento sindical, iniciado desde la percepción, cierta, de que la lucha de clases estaba entrando en una nueva era, y por lo tanto exigía nuevas estrategias; pero que algunos confundieron con el eslogan liberal de que el capitalismo era el único sistema viable y a él había que adaptarse. La falta de iniciativa en las discusiones de expertos del Pacto de Toledo que sirvió para justificar la modificación  de los criterios de seguridad de las pensiones[ii], aunque produjera sonrojo, no fue más que otro síntoma de que se necesitaba un marco nuevo que reforzara, no solo restableciera, condiciones anteriormente derogadas del sindicalismo socio-político.

El retraso sindical en afrontar los nuevos tiempo es, en su mayor parte, responsabilidad de un pensamiento radical que quedó desorientado en 1989, tras la caída de la URRS y su imperio en el este de Europa. Aunque la falta de sintonía entre lo que allí ocurría y lo que aspiraban los trabajadores europeos fuera perceptible desde mucho antes, y en especial desde que, en los años 1950 los propios trabajadores de esos países se rebelaran contra un estado de cosas que chocaba brutalmente con el discurso oficial. Esa crítica, más o menos, ya ha sido realizada, o pasado a segundo plano; pero la reacción que provocó en la política ha dejado un sentimiento de orfandad en los trabajadores, que se refleja en la desafiliación sindical, la pérdida de poder adquisitivo de los salario y, en definitiva, en una desigualdad creciente a la que nadie parece saber cómo oponerse y revertir[iii]. Faltos de referencias democráticas que recojan los problemas de las clases trabajadoras[iv], el reflejo defensivo frente a la pérdida de derechos y condiciones de vida se traduce en xenofobia y rechazo del extranjero, tan útil a la derecha radical.

No se trata solo, por lo tanto, de recuperar prácticas de integración laboral, los problemas a los que se enfrentan los trabajadores son, en lo esencial, políticos. Recuperar el poder negociador sindical que proporcionaba el sistema de negociación por convenios escalonados no es suficiente. Los cambios que se producen en la economía no solo son provocados por la introducción de maquinaria ahorradora de empleo. Todo el sistema de cadena de producción ha cambiado con la introducción de las tecnologías de información, que ha permitido la configuración de las cadenas de valor interestatales, o mas bien globales. Las nuevas formas que adquiere la cadena de producción, es que ya no se encadena la producción, sino el suministro de componentes, desde el diseño,  tanto del producto como de su forma de fabricarlo, los diversos materiales que cada componente utiliza, y las variantes para cubrir incertidumbres; quien y en qué país ha de producir cada componente, incluidos componentes de componentes, etc., hasta los procedimientos de marketing y distribución. Todo ello, justo a tiempo. Un diseño nuevo que agudiza la competencia entre trabajadores dentro del propio proceso productivo, entre países que rivalizan por sistemas fiscales y de seguridad social más baratos para atraer inversiones, y que hacen cómplices a los sindicatos. Pero también un sistema de cooperación global entre las empresas, como organizaciones de habilidades para hacer cosas, que proveen servicios y componentes especializados y a la vez son polivalentes.

Con la nueva configuración de la cadena, el valor de las empresas depende cada día más de los intangibles. Las inversiones se amortizan más por obsolescencia que por desgaste físico, y la empresa es, cada día más, una comunidad de conocimientos, de la que las formas jurídicas del capitalismo permiten que se apropien sus inversores financieros.  La competencia es no colaborativa, y se produce en mercados financieros y olipolistas, uno de cuyos motores es la destrucción del empleo por la tecnología; pero el impulso más  agudo es la competencia entre trabajadores por destruir sus propios niveles de vida. Una competencia a la que son arrastrados los sindicatos y los gobiernos.

Si como hemos visto, la corporación multinacional es la organización de la cooperación de comunidades de habilidades, que son coordinadas por las tecnologías de información y transporte, para obtener productos y satisfacer las necesidades humanas; y las empresas, no solo PYMEs, coordinan habilidades en procesos de trabajo que crean servicios y componentes especializados. ¿Qué representa el capital, cuando su componente físico es rápidamente trasformado en chatarra por la innovación?

El pensamiento social ha tenido que inventar nuevos conceptos para encajar los cambios en la realidad capitalista de las relaciones sociales actuales: Capital Intelectual[v], cuya composición es “El Capital humano[vi]  de sus miembros, más los procedimientos y tecnologías de coordinación de esas habilidades humanas”. Es decir, know-how e ingeniería, más el conocimiento acumulado por el conjunto de la sociedad, y transmitido en sus sistemas de educación. Intangibles que posibilitan la cooperación entre las personas que trabajan en una empresa, y coordinación entre las empresas que combinan sus capacidades de hacer, con las de otros colectivos que conectan con las necesidades del gran público, explícitas o aún no expresadas e incluso por inventar. Todo un conjunto complejo de fines y construcción tecnológica, cuyos propósitos acaban depositados en personas que persiguen una ganancia financiera a corto plazo.

Los que crean y hacen posible que las cosas ocurran, no deciden el futuro del conjunto, y los que lo deciden no necesitan saber cómo se hace.  Esa es la realidad del trabajo sometido al capitalismo financiero; un sistema que ha utilizado las capacidades liberadas por la globalización para blindarse contra la mayoría, es decir contra la democracia. Por lo tanto, un objetivo vital para los trabajadores es conseguir que la democracia entre en los sistemas organizativos donde desempeñan su capital más importante, las habilidades para hacer cosas socialmente útiles, sus empleos.

Existen experiencias previas, incluso en nuestro país, de democracia empresarial. Por no remontarnos y quedarnos en la historia reciente, las cooperativas de producción, de servicios e industriales, como los grupos vascos y las diferentes experiencias de cooperativas y sociedades laborales que salvaron miles de empleos durante los años ochenta y noventa del siglo XX. Ellas demostraron que la gestión delegada en técnicos cualificados o en gestores intuitivos y con capacidad de aprendizaje, realizada por los trabajadores socios y evaluada por órganos de su representación, redundaba en un aprendizaje común de una de las principales aportaciones culturales del mundo moderno: la empresa mercantil, en lo que tiene de organización y cooperación del trabajo para conseguir hacer cosas, buscar a sus destinatarios y hacérselas llegar.

Como toda experiencia humana, el cooperativismo ha tenido éxitos, equivocaciones y fracasos, y alguna consecuencia dramática de pérdidas de empleo y ahorros; incluida la penetración de la ideología neoliberal en forma de operaciones financieras. Pero, en general, dado que la mayoría de experiencias tuvieron lugar en sectores y actividades muy maduras, las empresas del sector social demostraron una resiliencia ante las crisis industrial y de empleo de los últimos cuarenta años, superior a sus competidoras. Estas sociedades han conocido en los más de treinta años de experiencia, un proceso de mejora de sus órganos de administración y dirección ejecutiva. Dirigidas por sus órganos representativos, sus socios trabajadores más voluntariosos y emprendedores se formaban en la práctica de gestión, rotaban en los consejos, y el ejercicio de la función seleccionaba entre ellos a los más aptos y sensibles a la problemática común.

Esas experiencias nos enseñan que las clases trabajadoras de nuestro país han alcanzado un nivel organizativo que les permitiría acceder sin necesidad de transiciones traumáticas o violentas, a los niveles de democracia industrial alcanzados por sus colegas alemanes y nórdicos tras las guerras del siglo XX, es decir a la cogestión: el derecho a participar en igualdad de voto en los Consejos de Administración de las empresas, tener voz en la formación de sus estrategias y en la selección de sus principales directivos; conocer y opinar sobre los resultados y cuentas trimestrales, en el caso de grandes empresas,  y anuales, en todas ellas. Pedir explicaciones y conocer de primera mano las decisiones trascendentes de sus directivos, participar en la negociación de sus remuneraciones y exponer sus criterios sobre los límites a la desigualdad en las remuneraciones dentro de las empresas.

Por las mismas razones, no tiene sentido que la gestión de las empresas y servicios públicos sea solo motivo de negociación entre partidos políticos; como si fueran el producto de actividades mecánicas servidas por autómatas. Muchos de los problemas asociados a la corrupción de la democracia provienen de la mezcla entre servicio o empresa pública, y clientelismo político o financiación de los partidos. La democracia no es solo delegación deliberativa, también es participación; en la gestión de servicios y empresas públicas están interesados los usuarios, los trabajadores y la sociedad en su conjunto. Su administración debería incluir el abanico completo del interés público, mediante la autogestión, reflejada en los organismos de dirección ejecutiva, en cooperación con el control político y de los usuarios, implementado en la composición del Consejo de administración de las empresas de accionariado público.

[i] https://economistasfrentealacrisis.com/mas-alla-de-gramsci-lucha-de-clases-sindicalismo-e-intelectuales-en-el-siglo-xxi/

[ii] https://economistasfrentealacrisis.com/algunos-apuntes-sobre-el-informe-del-comite-de-expertos-sobre-el-factor-de-sostenibilidad-de-las-pensiones/

[iii] Th. Piketty. Capital et Idéologie, Seuil, Paris 2019.

[iv] Lo que Piketty llama  la gauche brahmane, tan activa en éstos días.

[v]  Término acuñado por la OCDE para ese fin

[vi] Habilidades y conocimientos de los trabajadores que en ella se desempeñan.

About Jose Candela

José Candela Ochotorena, Doctor en Economía y en Historia Contemporánea, es miembro de Economistas Frente a la Crisis.

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