Envejecimiento de la población. España en la unión europea

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Juan Antonio Fernández Cordón, economista y demógrafo, es miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC

El alarmismo con el que muchos medios de comunicación y algunos economistas alertan del envejecimiento demográfico en España podría hacer pensar que nuestro país es un caso extremo y algún titular de prensa lo ha calificado como el más envejecido de Europa en el futuro. Para mostrar que esto no es así, que no somos el único país cuya población envejece y ni siquiera somos el país en el que este fenómeno tiene mayor intensidad, ni la tendrá en el futuro, lo mejor es comparar, con datos en la mano, nuestra situación a la de los países de la UE más parecidos al nuestro.

Los dos indicadores más usuales para medir el envejecimiento demográfico, en sentido estricto, son, por una parte, la proporción de personas mayores (grupo de 65 o más años) en la población total y, por otra, la mal llamada “ratio de dependencia” o número de personas mayores (65+) por cien personas en edad de trabajar (15-64), que es preferible denominar ratio de dependencia demográfica de mayores (RDDM). Si ordenamos los actuales 28 países de la Unión Europea según estos dos indicadores, en orden descendente, de mayor a menor envejecimiento, estos van de Italia, con 22% de 65+, el país más envejecido, a Irlanda, con 13,2%, y de Italia, con una RDDM de 34,3% a Irlanda con 20,4%. España se sitúa en el centro, en el rango 15 en los dos indicadores (14 países tienen actualmente una población más envejecida que la nuestra y un peso mayor de los mayores sobre la población adulta). Con un mayor grado de envejecimiento que España, encontramos a Italia, ya citada, Alemania (21,1% de 65 o más), Suecia (19,8%), Francia (18,8%), entre otros. La muy baja fecundidad que reina en España desde principios de los ochenta ha sido ampliamente compensada por la llegada de inmigrantes en los primeros siete años de este siglo.

En cuanto al futuro, EUROSTAT produce periódicamente proyecciones de población para los países miembros. Las más recientes son de 2015 y ofrecen estimaciones de la población futura de cada año, hasta 2080, desglosadas por sexo y año de edad. Resulta obligado recurrir a los datos de EUROSTAT para analizar la evolución comparada de los países miembros de la UE, ya que utiliza una metodología única para todos ellos y, además, garantiza la coherencia del conjunto. El problema es que, para España, las proyecciones del INE, publicadas casi al mismo tiempo (2016) difieren considerablemente de las de EUROSTAT. Mientras que el INE proyecta, para 2065, una disminución de la población total de 5,3 millones (de 46,4 a 41,1 millones), EUROSTAT anticipa un incremento de 3,3 millones durante el mismo período (de 46,4 a 49,7 millones). ¡La diferencia entre las dos proyecciones es de 8,6 millones de habitantes! Hay que decir, sin embargo, que diferencias de esta magnitud no son frecuentes.

El INE y EUROSTAT ofrecen una visión muy distinta del futuro de la fecundidad en España. El primero plantea una elevación muy ligera del número medio de hijos por mujer, que permanece prácticamente constante hasta el horizonte de la proyección, mientras que EUROSTAT introduce un fuerte crecimiento, muy rápido de aquí a aproximadamente 2045 (de 1,33 a 1,87), que lleva el número medio de hijos por mujer, o indicador sintético de fecundidad (ISF) a 1,9 en 2080. El INE no publica el ISF proyectado de 2016 a 2065 para el conjunto de las mujeres residentes en España, solo lo da por nacionalidad. Las españolas mantienen casi constante su fecundidad, de 1,28 en 2016 a 1,32 en 2065. Las extranjeras parten de 1,66 y llegan a 1,97 en 2065. La fecundidad del conjunto de mujeres es una media ponderada del ISF de los dos grupos, que se sitúa mucho más cerca del valor correspondiente a las españolas, debido al mayor peso que estas representan.

Esta llamativa diferencia se explica por el uso de dos metodologías muy distintas para estimar la fecundidad futura en los dos organismos estadísticos. La proyección de la fecundidad por el INE está enteramente basada en ajustes de funciones matemáticas a los datos de los cuatro años más recientes, lo que conduce, en la práctica, a simplemente prolongar la escasa variación media del ISF en estos años. EUROSTAT, por el contrario, plantea lo que se llama un escenario normativo, que postula la convergencia del valor de este indicador entre los países miembros de la Unión Europea, y obtiene el ISF de cada año, por interpolación entre el valor inicial y el valor fijado para el horizonte de la proyección. No se puede afirmar que una metodología sea mejor que la otra. Hay tan pocas razones de pensar que la fecundidad va a emprender un ascenso hasta ahora inédito como de considerar que, en el futuro, nada va a incidir sobre un indicador tan importante. El INE proyecta, además, un saldo migratorio positivo menor que el de EUROSTAT, al mantener constante hasta 2065 los datos migratorios de 2015, último año disponible en el momento de la proyección. Por el contrario, la esperanza de vida proyectada, tanto al nacimiento como a los 65 años, es mayor en la proyección del INE que en la de EUROSTAT. Por ejemplo, la esperanza de vida a los 65 años de las mujeres, que era de 22,7 años en 2015, subiría hasta 27 años en 2065, según EUROSTAT y a 28,3 años, según el INE. Podría decirse que el INE presenta una visión “pesimista” del futuro, con disminución de la población y elevado envejecimiento y EUROSTAT una visión más “optimista”, al prever un crecimiento sostenido de la población y un menor envejecimiento.

Esta disparidad entre los dos organismos estadísticos oficiales es muy lamentable para el usuario, ya que no es posible comparar España con el resto de países de la UE recurriendo a la proyección del INE. Además, cada una conduce a diagnósticos muy diferentes, sobre todo a medida que se alarga el plazo. No es lo mismo, por ejemplo, valorar la situación futura de las pensiones utilizando una u otra proyección. Sería deseable, y es inaudito que no se haya hecho ya, que los dos organismos se concertaran, no sea más que para evitar un descrédito de las proyecciones demográficas en general, que no merecen en absoluto.

Dicho todo esto, tomando la proyección de EUROSTAT, entre los seis países más poblados, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España y Polonia, que representan más del 70% de la población total de la Unión, España figura como uno de los tres países (entre los seis retenidos) que mejorarán su peso demográfico en la UE28 de aquí a 2065, junto a Francia y Reino Unido.

Tanto la proporción de mayores, como la “ratio de dependencia”, la RDDM, aumentarán en el futuro, hasta aproximadamente la mitad de los años cuarenta de este siglo y después disminuyen. En los primeros años, hasta 2035, los indicadores para Italia, Alemania y España están muy próximos, con España por debajo de los otros dos países. Entre 2035 y 2045, el porcentaje de mayores en Alemania estará por debajo del de España y el de Italia por encima. A partir de 2045, el envejecimiento disminuye fuertemente en España, hasta llegar a ser, en 2081, el país con la menor proporción de población mayor de entre los seis países más poblados de la Unión Europea. Por el contrario, si se calcula el porcentaje de mayores con la proyección de 2016 del INE, se ve que hasta 2035, coincide con el de EUROSTAT, para después apartarse y, para finales de los años cuarenta, ser España el país con mayor envejecimiento de la Unión Europea, incluso por encima de Italia. Con los datos del INE, la caída del indicador se produce unos diez años después que en la de EUROSTAT y es mucho más suave.

Recordemos que la “ratio de dependencia” no es adecuada para medir el peso de la dependencia. Si utilizamos un indicador en el que figuren como carga todos los dependientes: niños y adultos no ocupados, además de los mayores, y como soporte de esta carga únicamente los ocupados, y no todos los que tienen edad de trabajar, ratio a la que llamamos ratio total de dependencia sobre ocupados (RTDO), el panorama actual es muy distinto. España ocupa el tercer puesto de los países con mayor RDTO, solo por detrás de Grecia y Croacia. Es claro que el problema actual es el bajo nivel de empleo y no la demografía. Hay países, como Alemania o Dinamarca, por ejemplo, que tienen una ratio de dependencia demográfica (de mayores y total) superior a la de España, pero también una tasa de empleo muy por encima de la nuestra, de casi 75%, cuando en España no llega al 60%. Pero, paradójicamente, la situación actual de España puede interpretarse como una ventaja relativa ya que los efectos demográficos negativos pueden ser contrarrestados en el futuro por un aumento del empleo, durante más tiempo que en Alemania, por ejemplo, donde se tendrá que recurrir a más inmigración, prácticamente desde ahora.

En resumen, la situación demográfica de España seguirá en el futuro una pauta comparable a la de los países más poblados de la Unión Europea, no llegando nunca a ser el más envejecido. Si aumenta el empleo en los próximos años, la carga de la dependencia total por ocupado, que actualmente es de las más altas de la Unión Europea, disminuirá hasta igualarse con la de Alemania, Francia e Italia. Para que nuestro sistema se beneficie de esta previsible evolución, será necesario modificar la distribución del producto para hacer frente a los cambios en la composición de la carga de dependientes. Un problema distinto puede plantearse entre 2035 y 2045, cuando se agote la posibilidad de aumentar la tasa de empleo. Pero, a ese plazo, las proyecciones, demográficas o económicas, comportan un grado demasiado elevado de incertidumbre.

Otra conclusión evidente es que el futuro demográfico es muy abierto, puesto que dos organismos de gran prestigio técnico producen proyecciones muy dispares. Convendría limitar el uso de proyecciones demográficos a un horizonte máximo de entre 20 y 25 años, período en el que dominan los efectos de estructura, cuya inercia aumenta el carácter previsional de las proyecciones. Más allá, la incertidumbre es demasiado elevada como para justificar que se adopten reformas basadas en proyecciones a largo plazo, sobre todo si estas reformas tienen efectos negativos inmediatos y duraderos sobre una parte importante de la población

About Juan Antonio Fernández Cordón

Juan Antonio Fernández Cordón es Doctor en Ciencias Económicas y Experto-Demógrafo por la Universidad de París. Ha sido Profesor de las Universidades de Argel y de Montreal e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el que fue Director del Instituto de Demografía. Ha ejercido también como Director de Estudios y Estadísticas del Ayuntamiento de Madrid y Director del Instituto de Estadística de la Junta de Andalucía. Ha sido miembro, como experto independiente del Grupo de Expertos sobre demografía y familia de la Comisión Europea y miembro del Consejo Científico del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia. Miembro de Economistas Frente a la Crisis

2 Comments

  1. victor diaz el agosto 16, 2017 a las 10:57 am

    Muchas gracias por su post, con el que además estoy de acuerdo en la gran mayoría de lo argumentado. Únicamente unas cuestiones: Incidiría sobre la diferencia entre las proyecciones de INE y EUROSTAT. Para mí no es importante que ambas coincidan, y su disparidad es consecuencia de lo difícil que supone hacer proyecciones en función de cómo evolucionen las distintas variables. Lo adecuado sería escoger aquella que reflejase en mayor medida el futuro, el problema, es imposible saberlo.
    El otro punto en que disiento es que no creo que el problema de la dependencia sea exclusivamente de empleo, sino también de salarios y demográfico. Ya que, por ejemplo en el caso concreto de las pensiones, la elevación de la tasa de empleo e incluso elevar la edad de jubilación a los 70 años sería insuficiente. Me he permitido hacer un estudio al respecto que ceo que puede ser interesante para los lectores: https://www.rankia.com/blog/golpe-efecto/3520744-solucion-problema-pensiones
    Muchas gracias, un saludo.

  2. Juan Antonio Fernández Cordón el agosto 20, 2017 a las 8:00 pm

    Gracias, Victor Díaz, por su interés y su comentario. La diferencia entre las proyecciones de Eurostat y del INE, que no considera importante, debe, sin embargo, aconsejar prudencia a la hora de valorar el impacto futuro de la evolución demográfica, sobre todo a largo plazo. El «problema» de las pensiones debe ser tratado como algo que afecta al conjunto de la sociedad y no desde un punto de vista estrechamente contable. Pero no seamos ingenuos, la ruina del sistema pùblico de pensiones significa enormes beneficios para la banca y las aseguradoras, aunque sea a costa de la miseria de muchos. La objetividad no es fácil en ese contexto. Todas las proyecciones prevén un cierto estancamiento de la población y un incremento del PIB. Así que no podremos pagar las pensiones a pesar de que el PIB per cápita aumentará y que habrá bastante menos dependientes parados e inactivos. No es obvio. Habría que explicar por qué nuestro sistema no puede atender a todos cuando existen los recursos. Habría que explicar por qué la deuda con los pensionistas es menos imperativa que otras. Y habría que explicar finalmente por qué no se parte de la necesidad (lo que deben percibir los pensionistas) para después buscar las soluciones ( que existen).

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