Es hora de atacar la precariedad
El cuarto trimestre del pasado año ha tenido un comportamiento del mercado de trabajo relativamente positivo dentro del contexto de desaceleración de la economía y del empleo.
A efectos por lo tanto de las comparaciones con periodos anteriores conviene ser rigurosos y tener en cuenta similitudes y diferencias del contexto en cada momento para poder realizar adecuadamente las mismas.
A pesar de esa clara ralentización, los datos de empleo han sido razonablemente positivos:
- Se ha creado un volumen de empleo neto superior a las noventa mil personas (92.600). Esa cifra es la más alta desde que comenzó la recuperación de la economía.
- El crecimiento desestacionalizado ha sido del 0,8% en el trimestre. Tan elevado como en 2014 y 2015 al inicio de la recuperación, y muy superior al registrado en los dos trimestres anteriores.
- Ese ‘estirón’ trimestral del incremento del empleo ha elevado la tasa interanual hasta un 2,06% desde el 1,77% del trimestre anterior, cambiando por completo la tendencia desaceleradora del aumento del empleo que traíamos a lo largo del año y que parecía ya consolidada.
- En términos agregados, el volumen total de empleo roza los veinte millones. Hemos tardado más de una década en volver a alcanzar esas cifras.
Pero lo hemos logrado con una composición del empleo bastante diferente a la de entonces: con mucho menos empleo en la Construcción (buena noticia respecto de aquellos excesos), pero con mucho más empleo precario y de baja calidad e intensidad laboral (el funcionamiento de la regulación laboral derivado de las reformas laborales realizadas no ha permitido una mejora del empleo sino su empeoramiento).
Por lo que se refiere a la calidad de la creación de empleo en el trimestre, ha sido íntegramente indefinido (+134.700), mientras que el temporal se ha reducido (-78.600), como sucede siempre en los cuartos trimestre de cada año, reflejando el comportamiento fuertemente estacional del empleo y, más allá de ello, la desorbitada utilización del contrato temporal, que provoca un comportamiento desquiciado del mercado laboral.
En este contexto, y pese a estos puntuales vaivenes, la tasa de temporalidad no cede de manera significativa, y se mantiene en niveles diez puntos porcentuales superiores a la realidad de los países de nuestro entorno (26,1% frente a 16% de medida en la eurozona).
Además, este abuso del empleo temporal provoca una desmesurada pérdida de empleo en cuanto el crecimiento económico se agota, de efectos muy perniciosos económicos y sociales. Hay que destacar que en los dos últimos trimestres está cayendo el empleo temporal en términos interanuales (-0,7% y -0,5% respectivamente), algo que no sucedía desde 2013, cuando seguíamos inmersos en una situación recesiva.
Similar comportamiento estacional se aprecia respecto del empleo creado por tipo de jornada, constatándose en todos los cuartos trimestres la generación de empleo a jornada parcial (+155.600 en este caso) y la destrucción del de jornada completa (-63.000). Pero el problema en el caso de España es la extendida involuntariedad del empleo a tiempo parcial, configurado como una opción de contratación ultraflexible y precaria, que ha introducido como uno de los problemas clave de nuestro mercado laboral la insuficiencia de horas trabajadas, que se añade al de la tradicional temporalidad del empleo, y que es una de las causas fundamentales de los elevados niveles de pobreza laboral de nuestro país.
Los datos positivos del empleo son parcialmente parejos a los de reducción del desempleo.
- Y solo parcialmente porque la aceleración del crecimiento de la ocupación solo se ha traducido en el mantenimiento de las relativamente reducidas tasas de reducción del paro del trimestre precedente (-3,4%).
- La causa de ello se encuentra en que el mayor aumento del empleo se ha visto acompañado de un creciente aumento de la población activa, unas 290.000 personas en los últimos cuatro trimestres (a tasas que ya son del 1,27% anual, elevadas para la población activa, mostrando un proceso de aceleración constante desde hace prácticamente dos años.
- El crecimiento de la población activa es una buena noticia para la economía, que aumenta su capacidad de crecimiento, pero menos buena para las cifras de desempleo, que se reducirán más lentamente debido a que el crecimiento del empleo debe atender no solo a la reducción de desempleados sino a los nuevos activos.
- A pesar de todo, el volumen de desempleo ha bajado hasta los 3,2 millones de personas y la tasa de paro está en el 13,8%, frente a más del 26% que llegó a alcanzar durante la crisis.
- En términos negativos hay que destacar en este trimestre el aumento de los parados de muy larga duración (más de dos años buscando empleo) por primera vez desde hace seis trimestres, en 3.300 personas, lo que vuelve poner de manifiesto la urgente necesidad de adoptar medidas eficaces para recolocar a estos desempleados con mayores dificultades de inserción, y cuya situación económica es en general más preocupante, al haber agotado las prestaciones en la mayoría de los casos. En total hay 1.387.000 personas desempleadas que llevan más de un año buscando trabajo (43,5% del total), de las cuales 954.000 personas llevan más de dos años (el 29,9%).
Los datos de empleo preanuncian una relativa recuperación del crecimiento del PIB. Y son asimismo resultado de un mejor comportamiento de los flujos de entrada y salida de la ocupación respecto a los trimestres anteriores.
Si la estimación de la Ministra de Economía se ajustara a lo finalmente registrado, el crecimiento del empleo sería incluso ligeramente superior al del PIB (2,06 frente al 2%) y en todo caso tan elevado como este. Lo cual constituye una noticia ambivalente.
Significa, de un lado, que la creación de empleo se mantiene fuerte en relación a la del producto. Es decir que la ocupación crece tan rápido como se puede dado el crecimiento del PIB, lo cual es positivo para la reducción del desempleo. Pero, de otro lado, el dato significa inequívocamente que el empleo que se está creando no mejora los niveles de productividad de la economía. Lo cual no es buena noticia, especialmente cuando arrastramos esa situación (aumento del empleo sin aumento o incluso con disminución de la productividad) desde hace muchos años y, en particular, durante todo el periodo de recuperación económica.
Y tampoco resulta una buena noticia si tenemos en cuenta que nuestros socios europeos sí están creando empleo y aumentando su productividad, lo que les permite aprovechar mejor la recuperación: para que el empleo mejore su productividad media, sus crecimientos han de ser más bajos que los del PIB, no iguales o más altos como son desde hace mucho tiempo en España.
Esos fuertes crecimientos del empleo en relación con los del PIB ponen de manifiesto problemas estructurales en un doble sentido: son antiguos, y no se corrigen solos, y además han sido más bien agudizados con las últimas reformas laborales.
Es evidente que es necesario hacer un esfuerzo para mejorar la ‘calidad productiva’ del empleo que se está generando, pero también hay que comprender que el mantenimiento de una muy baja ‘calidad laboral’, que implica bajos salarios, introduce fuertes estímulos a la creación de empleo de escasa calidad productiva por su bajo valor añadido y productividad. Y correlativamente, los bajos salarios derivados de la precariedad laboral desincentivan las inversiones en actividades (mucho más trabajosas) que obtienen sus rendimientos de una elevada productividad que hace innecesarias las reformas laborales que bajan los salarios (y son antagónicas con la precariedad e inestabilidad del empleo).
La subida del SMI es una medida adecuada para reducir el volumen de trabajadores con salarios muy bajos y con ello la desigualdad salarial y laboral, pero no es una medida suficiente.
Ayuda a invertir la devaluación de los salarios que tanto daño ha hecho, pero no tiene capacidad para hacer frente a la pobreza salarial y a la precariedad laboral, que tienen su base principal en la baja intensidad laboral vinculada con los contratos temporales (4,4 millones en stock, aunque muchos más en flujo a lo largo de doce meses, que trabajan solo una pequeña parte del año) y con los contratos a tiempo parcial (2,9 millones de personas medidas asimismo en stock, pero que son muchas más en flujo, que, además de lo anterior, trabajan involuntariamente jornadas, reales o ficticias, de menos horas y menos salario que los de tiempo completo).
Para corregir todo esto, para reducir más sosteniblemente el paro (con buenos empleos que no desaparezcan a la primera de cambio), para mejorar la productividad, para estabilizar el mercado de trabajo y las condiciones de vida, para sostener las pensiones y para reducir la desigualdad se requiere, en opinión de EFC, corregir en la dirección adecuada las reformas laborales que se han realizado a lo largo de muchos años.
Esperemos que esta ocasión se pueda aprovechar la oportunidad porque falta nos hace caminar en la dirección de los demás países de nuestro entorno europeo y dejar de alejarnos de ellos, cambiando la prioridad en un giro copernicano que nos permita dejar de escuchar a los que quieren a toda costa mantener la precariedad porque les resulta una buena manera de ampliar beneficios y elevar la retribución de inversiones de ínfimo valor productivo.