Coincidiendo con el Foro Económico Mundial, esa fundación de grandes ricos que cada año acoge en Davos a políticos y famosos para solucionar sus problemas, la confederación de organizaciones que luchan contra la pobreza OXFAM, y OXFAM Intermón en España, vienen publicando sendos informes sobre desigualdad. Una provocación muy necesaria.
A los organizadores de Davos les gusta discutir sobre competitividad, resiliencia, globalización, criptoarquitectura, gobernanza, brexit, drones o neurociencia y bastante menos del mayor problema de la economía mundial, la desigualdad. Pero ante datos tan contundentes como que los milmillonarios del mundo aumentaron su fortuna el año pasado en 900.000 millones de dólares, o que la riqueza de la mitad más pobre, 3.800 millones de personas, se redujo un 11% en un año, o que entre los 26 más ricos poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad, debieron sentirse presionados para incluir el asunto en la agenda de este año e incluso declararon en sus conclusiones estar preocupados por la desigualdad. Buena noticia para los ochocientos millones de hambrientos y para la mayoría de abajo, si no fuera porque las declaraciones de los poderosos sobre la desigualdad quedan siempre en papel mojado.
La brocha gorda de la desigualdad
Que en Davos sean reticentes a ver el elefante en la habitación no es de extrañar. No les interesa. Además, la desigualdad no se lleva. Con argumentos de brocha gorda (no hay dinero para pagar las pensiones, los ricos son triunfadores y crean empleo, pagar impuestos es de tontos, el dinero está mejor en los bolsillos de la gente, los pobres son perdedores, gandules o ladrones, otros están peor, los inmigrantes son delincuentes, los de izquierdas sólo quieren sacar guillotinas, la sanidad privada es más barata, los paraísos fiscales son difíciles de evitar…) se ha ido ganando en la calle el ninguneo de la desigualdad. Con el resultado de que en los países ricos el tipo máximo del impuesto sobre la renta pasó del 62% en 1970 al 38% en 2013, que en países como Brasil y el Reino Unido el 10% más pobre dedica mayor porcentaje de sus ingresos que el 10% más rico al pago de impuestos, que las grandes fortunas ocultan a las autoridades fiscales 7,6 billones (con B) de dólares…
Y con el resultado también de que los de abajo están cabreados, que muchos se han tragado las patrañas y votan a nuevos partidos que luchan contra los invasores extranjeros, contra los izquierdistas que regalan a los pobres, contra los gorrones que hacen gasto de una sanidad que no merecen, contra los rojos funcionarios de la escuela pública, contra mendigos y manteros que estorban en las calles, contra taxistas que escuchan la COPE… y a favor de unos ricos que son grandes patriotas, que han triunfado porque lo valen, que nos guían por el camino del éxito…
El ninguneo de la desigualdad nos ha traído un momento peligroso en lo económico, en lo político y en lo social. Y reconducir esa dinámica no va a ser fácil, porque a las tontunas reptilianas hay que sumar elaborados argumentos de la Intelligentsia que han contagiado a las clases medias y cultas.
La intelectualidad negacionista
Durante esta década, una nueva ola de intelectuales viene divulgando curiosas interpretaciones del pasado y sorprendentes relatos del futuro sin contar con ese factor superfluo de la desigualdad. No suelen ser economistas, pero todos parecen deslumbrados por el éxito de la economía de mercado que, gracias a una supuesta mano invisible que actúa mejor sin regulación, pone al capitalismo a funcionar en forma óptima.
Tenemos, por ejemplo, al zoólogo Matt Ridley en El optimista racional, al psicólogo y lingüista Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro, o al historiador Yuval Noah Harari en Homo deus. Los tres plantean cuestiones interesantes desde su especialidad, los tres cosechan sólidas críticas en su materia (como esta sobre Ridley, esta sobre las ideas de Pinker en su último superventas En defensa de la Ilustración, o también esta otra donde se puede seguir la polémica con el divertido Nassim Taleb, otro ex financiero como Ridley, autor de El cisne negro, a quien la desigualdad le resbala, o esta otra sobre Harari), y los tres parecen considerar que la desigualdad es un fenómeno tan natural como la lluvia que no merece atención ni tratamiento.
Pinker se declara liberal (en lo económico, se debe entender) y tiene influyentes seguidores en España, como Luis Garicano o Arcadi Espada. Entre el aluvión de gráficos estadísticos de su libro, que nos muestran lo bien que va todo, se echa en falta un análisis de la desigualdad, pero eso a Pinker no le interesa. Tocando el asunto es de los que piensan que la desigualdad no importa. Si acaso su efecto por abajo, la pobreza, y como en esto –medido en unos céntimos sobre un par de dólares de ingresos al día- calcula que vamos mejor, la aspiradora de riqueza de la élite de arriba puede seguir funcionando a todo trapo, que no hay el menor problema.
Ridley ensanchó primero la puerta a ese optimismo del mercado liberado. Es más interesante y se lee mejor, aunque se le nota que no soporta a progres y no liberales (siempre en lo económico). Su caso resulta paradójico en lo personal. El Vizconde Ridley dirigía el banco británico Northern Rock cuando estalló la crisis financiera, por lo que sus consejos sobre las ventajas del mercado sin regular suenan un tanto deslucidos. Algo así como la sabiduría de los hombres de negro, esos ex de Lehman Brothers o Goldman Sachs, que estabilizaron las finanzas en Europa, de momento, a cambio de legarnos un polvorín en lo político y social. Para ellos la desigualdad es también un fenómeno irrelevante y natural.
Leer a Harari engancha, aunque su Homo deus resulta una cansina reiteración de su anterior superventas, Sapiens, bastante mejor por lo novedoso. Harari nos pasea desde las cavernas hasta el actual capitalismo para catapultarnos a un futuro a ratos pesimista pero mucho más épico. Él es consciente de los efectos de la desigualdad, pero no se le ocurre que se pueda actuar para revertirla ni que esa posibilidad sea decisiva para conformar un futuro menos desquiciado. Uno de sus vaticinios es que los multimillonarios que andan financiando proyectos en el Valle del Silicio para alargar sus vidas alumbrarán en poco tiempo un ser inmortal que dejará atrás al Homo sapiens. El Prometeo enjoyado está a la vuelta de la esquina. Homo deus.
La realidad de la desigualdad
Ninguno de esos sesudos divulgadores de opinión otorga relevancia al crecimiento de la desigualdad extrema o ven necesario reconducir el proceso. Un grave error que empaña todo lo demás que nos vienen a contar. Porque la economía de mercado bajo el capitalismo no se rige por una mano invisible, sino por una organización con normas impuestas muy claras. El capitalismo no es garantía de democracia, o no sería China el campeón capitalista. El capitalismo es exitoso, pero hay que corregir su tendencia al crecimiento de la desigualdad, demencial ahora en todos los países y más en China. Y aunque a Pinker le parezca un disparate que nos fijemos en lo que tienen los demás en vez de mirar únicamente por lo nuestro, resulta que a algunos seres humanos viviendo en sociedad nos da por ahí. Igual es mayor disparate pretender ocuparse de la pobreza sin mirar la desigualdad. Algo así como diagnosticar que no importa la tortura sino curar las heridas del torturado. Pinker debiera entender, no cuesta tanto, que sin pobres no hay ricos y sin ricos no hay pobres. Unos y otros lo son en mayor o menor grado por la desigualdad. Todo es más o menos aceptable en relación a lo que nos rodea. Y en la actualidad, la desigualdad es extrema, creciente e inaceptable.
El crecimiento de la desigualdad extrema no sólo nos guía hacia la injusticia social, sino a una sanguínea contienda en lo político, al abandono de urgentes políticas de consenso como la lucha contra el cambio climático, al declive de la democracia, al crecimiento del autoritarismo, al resurgir de los nacionalismos, a la exclusión de los vulnerables, a la desigualdad de oportunidades, a un mundo más inestable, violento y peligroso. También extremadamente machista, porque la carrera por tener siempre más es propia de machos. Entre los milmillonarios que pugnan por el billón (2.043 en 2017) hay pocas mujeres (227) y ninguna que no haya heredado su fortuna. Falta de interés y mayor sensatez, me parece, más que techo de cristal en esa altura.
Los síntomas de la desigualdad creciente
Los síntomas del descontento se dejan ver en todos los países porque en todos crece la desigualdad. En el votante de Trump, que no soporta pagar 1.400 dólares por una sanidad (de las peores del mundo en sus resultados) que otros no pagan con el Obama Care, el de Marine Le Pen, que opta por una extrema derecha que promete confrontar a las élites millonarias, el de Bolsonaro, que quiere mano dura harto de violencia y corrupción, el de Nigel Farage y el Brexit, contra el establishment de la Unión Europea, el de Vox, excitado por el patriotismo obligatorio y la castiza estigmatización de las víctimas, el de Salvini, contra la Roma ladrona y los invasores de las pateras, el de Wilders, contra el Corán y las mezquitas, o la Alemania de Merkel, donde los nostálgicos de los nazis avanzan imparables. Mal panorama. En Europa y en todo el mundo. Hasta en Suecia y los países nórdicos, que ganaron tiempo con un reparto aceptable de rentas pero descuidaron el del capital.
Según el economista Piketty y los expertos asesores de OXFAM, la posmodernidad cabalga a lomos de una desigualdad patrimonial desbocada. Esa desigualdad no es fácil de ver, sobre todo cuando al observador le va bien, porque la desigualdad entre los países, por el éxito capitalista de China y de la India, ha bajado. Pero la desigualdad dentro de los países no para de crecer, como explicaba en este artículo del que he actualizado los gráficos.
La contradicción entre el crecimiento de la desigualdad dentro de los países y el decrecimiento entre ellos se manifiesta en las grandes potencias regionales. De los Wealth Report de Credit Suisse se puede deducir que en 2010 había unos 125 millones de norteamericanos, el 40% de la población de EEUU y Canadá, que tenían menos patrimonio en dólares que 155 millones de chinos, el 12% más rico de los chinos de entonces. Ocho años después, en 2018, ese mismo 40% de norteamericanos, que ahora suman unos 145 millones, tiene menos propiedades que 425 millones de chinos, el 30% de los chinos más ricos de hoy. Cada día más chinos sorpassan en riqueza a los norteamericanos, lo que no quiere decir que estemos ante un proceso igualitario, sino que, como se observa en los gráficos, la mayoría de los norteamericanos apenas tienen nada, y que China converge en ese proceso de desposesión registrando el mayor crecimiento de la desigualdad patrimonial de los últimos tiempos. De momento la mayoría de los chinos parecen contentos, pero habrá que ver hasta cuándo y hasta cuánto.
El dramático caso español
En España tenemos un difícil panorama por delante. Somos el segundo estado miembro de la Unión Europea, tras Bulgaria, en el que la desigualdad ha aumentado más desde el inicio de la crisis. El año pasado había 617.000 hogares españoles en los que no entraba ningún tipo de ingreso, 16.500 hogares más que el año anterior. En el último año, el 1% de los españoles con más renta acaparó el 12% de la renta total; el 50% más pobre de los españoles se repartió un 9%. Somos el cuarto país de la OCDE con más baja movilidad de rentas, entre los pobres y entre los ricos. Uno de cada cuatro españoles se encuentra en riesgo de pobreza y/o exclusión social y uno de cada tres si son menores de edad…
El inventario de la desigualdad en España es extenso y las causas que detecta OXFAM Intermón son meridianas. El paro, los bajos salarios y la precariedad del empleo, por un lado. La infradotación de transferencias públicas y su ineficaz diseño, por otro, y finalmente una baja presión fiscal (casi siete puntos por debajo de la media de la UE o catorce por debajo de la de Francia) con una cicatera progresividad (el 20% de la población más pobre pagó mayor porcentaje de su renta en impuestos que los tres siguientes quintiles y sólo un 2% menos que el quintil de mayor renta).
La desigualdad en España tiene tintes dramáticos, y sin embargo con voluntad política se podría revertir en un par de legislaturas. Tenemos un amplio margen para actuar por la vía de la fiscalidad porque recaudamos mucho menos que nuestros socios comunitarios (estamos 6,9 puntos de PIB por debajo de la media de presión fiscal en la eurozona). Tener mayor presión fiscal no significa que paguen más los de abajo y las clases medias, por cierto, sino que lo poco que pagan los de muy arriba, donde está la veta madre de la financiación, no sea tan vergonzante. Con mayor recaudación fiscal se podría mejorar rápidamente nuestro reducido sistema de protección social, que está 5,4 puntos de PIB por debajo de la inversión promedio en la UE y provoca un notorio déficit de empleo en ese sector, el de mayor potencial de crecimiento. Y en paralelo habría que actuar sobre el mercado laboral, impulsando los salarios desde abajo y modificando una política ineficaz que ahondó la precariedad durante la crisis y sigue impulsándola durante la recuperación.
Revertir la desigualdad en España está claramente al alcance, pero hace falta voluntad política, lo que es más difícil. Tenemos un tripartito nacional, PP, Ciudadanos y VOX, compitiendo por ver quién aplica la brocha más gorda a la cuestión social. Hay que bajar los impuestos, dicen a coro, y que el sector público gaste menos (igual así conseguimos el doblete a la peor fiscalidad y protección social de toda Europa). Hay que tener como modelo a ¡Dinamarca! que tiene una presión fiscal sobre el PIB del 46,5% y un gasto en protección social del 31,6% (en España el 34,5% y el 24,3% respectivamente), pero sin aumentar impuestos ni gasto social. Magia potagia. Gracias a la mano invisible del mercado y bajando los impuestos a los ricos estaremos como en Dinamarca y los compatriotas españoles en la precariedad desaparecerán, si es que los hubo alguna vez, que alguno no los ve entre sus vecinos.
En las autonomías tampoco es favorable el panorama político. A los no creyentes en la desigualdad y a los quemados abstencionistas hay que sumar a los izquierdistas que anteponen su conmovedor nacionalismo a la política social, juntándose con los más corruptos, si hace falta, siempre que sean “de los nuestros”. Con todo, todavía quedan opciones políticas que apuestan por reducir la desigualdad, el PSOE de Sánchez, IU, Podemos como partido o como confluencia… Pero, para variar, las izquierdas andan a la gresca entre fuego amigo. No será fácil volver a los argumentos de peso para posicionarnos mejor en Europa, pero revertir la desigualdad nunca fue fácil, y menos en tiempos de brocha gorda.
Ser optimista sin ser incauto
El capitalismo funciona. Pocos economistas dudan que así sea. Pero el capitalismo, como el resto de los sistemas económicos del pasado, tiene una importante ecuación a resolver: conjugar el progreso económico con la justicia social. Y en cuestión de reparto vamos mal, no sólo en España.
La historia ha avanzado en positivo en muchas cosas. Gracias a esos ángeles que llevamos dentro en los que cree Pinker, o por el esfuerzo de tantas personas que en vez de conformarse tomando como referencia un tiempo peor se comprometieron en arreglar lo que andaba mal en el suyo. Seguimos yendo a mejor, pero la desigualdad se ha vuelto a cruzar en el camino y amenaza con derrumbar, otra vez, gran parte de lo logrado.
Se puede ser optimista. Yo también lo soy y cada día me propongo seguir siéndolo, pero hay que intentar evitar ser incauto. Pensar que una supuesta mano invisible del mercado compensará las maniobras de la anárquica cuadrilla de muy arriba que teniendo muchos millones nunca tiene bastante, y que va copando crecientes parcelas del poder económico y más aún del poder político, es un tanto naif, aunque sea el pensamiento imperante en algunas escuelas de economía. Y pensar que del atolladero de la precariedad y la pobreza españolas se sale bajando los impuestos a los ricos, en fin, póngale cada uno el calificativo que más le guste.
Cuando la acumulación patrimonial capitalista no tiene un límite en el horizonte es inevitable que los ambiciosos más despiadados marquen la agenda del sistema y acaben por hundirlo. Véase la lista de los milmillonarios y a qué se dedican, los más espabilados al mando de la política, bromeando con el botón nuclear o eliminado opositores en su propia embajada. Por eso estoy convencido de que antes o después, bajo el capitalismo o bajo el nuevo sistema económico que surja de sus cenizas, habrá que imponer un límite al patrimonio.
Establecer un límite legal a la codicia sería deseable y perfectamente compatible con el capitalismo, con el único desajuste probable de un espectacular renacimiento de ideas y proyectos que ahora se ven frustrados ante el poder omnímodo de la cúspide que todo lo quiere. Porque no es la acumulación de capital patrimonial lo que pone al capitalismo a funcionar, sino la acumulación de capital empresarial. No hay empresa que sea demasiado grande si tiene como objetivo los intereses de la humanidad. Pero la riqueza personal desproporcionada, y el poder de control que ésta otorga para seguir acumulando sin fin, va en contra de toda lógica, de la moral (como sostiene este filósofo alemán), de la libre competencia, de la igualdad de oportunidades y también de los grandes ricos, porque la inmortalidad no se disfruta bunquerizado en solitario. Homo sapiens no es un grupito de señores, por ricos que puedan ser. Y Homo deus no será sin Homo sapiens.
[…] La irrelevante desigualdad de los optimistas, por Luis Molina Temboury, de Economistas Frente a la C… […]
Interesante y certero análisis de nuestra sociedad. Hay que hablar más a menudo de desigualdad, para tomar conciencia del problema y poder actuar. Es la manera de evitar que empeore aún más la situación política y social.
Frente a la disyuntiva libertad / desigualdad hay que tener claro que en situaciones de desigualdad no hay libertad, como no la tiene el débil frente al fuerte.
Insisto: con libertad puede haber desigualdad (en la selva hay libertad, para los más fuertes). Pero con desigualdad no hay libertad. Veamos esa llamada entusiasta a la participación.