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Otra visión del crecimiento económico

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La tesis de Albert O. Hirschman y Ernest Lluch sobre el crecimiento

La ausencia física de Ernest Lluch no nos priva de su constante presencia intelectual. Lluch, investigador incansable sobre la economía y el pensamiento económico del siglo XVIII, fue a su vez un gran introductor de la economía heterodoxa, a partir de su influencia en distintas editoriales. Pudimos leer entonces, y gracias a su empuje volcánico, a Piero Sraffa, Joseph Schumpeter, John Kenneth Galbraith y, sobre todo, a Albert O. Hirschman (1915-2012), economista muy querido por Ernest. De hecho, le dedicó a Hirschman mucho espacio en artículos analíticos, como en Claves de Razón Práctica, con una entrevista antológica que le hizo, que ya es un clásico. Hirschman influyó mucho en su idea de la naturaleza del crecimiento económico; de ahí la ligazón que establecemos. Y Lluch dio a conocer en España las teorías de Hirschman como fundamento esencial para un economista. Esa visión heterodoxa de la evolución económica, a saber, que era posible el crecimiento económico sin tener grandes recursos naturales, con una perspectiva muy influida por los mercados pero también por las rupturas, ha sido y es crucial para programas de investigación y para un análisis distinto sobre el desarrollo de una economía en la que los componentes sociales, experienciales, de trayectorias culturales y empresariales, tienen una función explicativa que ensancha los modelos de crecimiento conocidos.

            Lluch anudaba en sus ideas sobre el crecimiento económico, las aportaciones de Adam Smith, Joseph Allois Schumpeter y Albert O. Hirschman –tres nombres esenciales en sus interpretaciones–: mercados, competencia empresarial, experiencias encadenadas, una trilogía capital que trata de conseguir, para el objetivo del desarrollo, recursos y capacidades que se hallan ocultos, desconcentrados, mal utilizados (véase una perspectiva integral de la biografía de Lluch en: Joan Esculies, Ernest Lluch. Vida d’un intel·lectual agitador, RBA/La Magrana, Barcelona, 2018). La investigación de Lluch sobre la economía valenciana (La via valenciana, Eliseu Climent Editor, Valencia, 1976) es una muestra empírica de esa aplicación metodológica que tiene como principal inspiración –sin descuidar los clásicos ni los economistas más revulsivos desde los años 1920– a Albert O. Hirschman. Pero, antes, unas líneas de contexto.

  1. Una economía industrial icónica

            En 1962, el economista e historiador económico ruso Alexander Gerschenkron publicaba un libro medular sobre política industrial (Economic backwardness in historical perspective, a book of essays, Cambridge, Massachusetts, Belknap Press Harvard University Press, 1962; traducción al castellano: El atraso económico en su perspectiva histórica, Ariel, Barcelona, 1968). Aquí defendía distintas vías para industrializar un país, con unas características que eran favorecedoras: disponer de recursos naturales abundantes, capturar los avances tecnológicos de países más avanzados y desarrollar una escala de producción de grandes dimensiones. Factores que impregnaron de forma relevante un determinismo industrial –y, en cierta medida, geográfico– incidiendo en una visión icónica de los procesos de industrialización: el poder de la gran fábrica, del potente centro de producción que concentra esfuerzos, capitales y trabajadores. En otras palabras: aquellas naciones con esos tres elementos cruciales dispondrían de mayores posibilidades de crecimiento económico, sustentado sobre el sector industrial. Es la industria estricta con ese perfil identificable, como epicentro del crecimiento.

            Los estudiantes de Economía, tanto en Estados Unidos como en otras latitudes, fueron imbuidos por esas premisas. No era posible crecer sin recursos, sin tecnología punta, sin una escala productiva que generara precisamente las economías de escala apropiadas para incrementar productividades y producciones agregadas. Esta tesis se divulgó mucho entre los denominados países subdesarrollados desde esta economía industrial mainstream, y afianzó la idea de que el atraso económico podía tener causas geográficas y, a la vez, imbuir retrasos tecnológicos. Cabe decir que este pensamiento más determinista, pero en su orientación netamente geográfico-ecológica, ha sido explorada más recientemente por Jeffrey Sachs (El fin de la pobreza, Debate, Madrid, 2005) y Jared Diamond (Colapso, Debolsillo, Madrid, 2004). A aquella pieza explicativa se le añadirían otros componentes relacionados con la teoría del intercambio desigual e, igualmente, del denominado desarrollo del subdesarrollo y de las posiciones de economistas sobre las visiones de la dependencia económica entre los países centrales y los periféricos (la bibliografía es agobiante; entre otros autores: Arghiri Emmanuel, El intercambio desigual, Siglo XXI, Madrid, 1973; André Gunder Frank, El desarrollo del subdesarrollo, Editorial Zero, Madrid, 1974; la base histórica en Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, varios volúmenes, Siglo XXI, Madrid, 1984).

            El debate teórico se acababa condensando en diferentes argumentos sustentados en contribuciones que enlazaban la historia económica y la política económica, bajo planteamientos marxistas. La derivada prolongó incluso, con los trabajos de Robert Brenner e Immanuel Wallerstein (El debate Brenner, Crítica, Barcelona, 1988), la vieja y rica discusión sobre la transición del feudalismo al capitalismo, que habían protagonizado en la década de 1940 dos economistas de la talla de Paul Sweezy y Maurice Dobb (una reedición en: La transición del feudalismo al capitalismo, Editorial Ayuso, Madrid, 1975). La literatura económica sobre estos aspectos es prolija e incluso asfixiante. En el grueso de estos trabajos –y de otros que por razones de espacio no podemos citar– la controversia sobre el crecimiento económico de base industrial radicaba en ese peso otorgado por Gerschenkron a la gran industria; y las consecuencias, endógenas o exógenas, que podían tener los procesos de transición económica desde sociedades agrarias hacia las manufactureras y, con plena madurez, industriales. Consecuencias que podían ser atribuibles a la propia estructura social –las endógenas: Dobb, Brenner–, o a un mayor grado de apertura comercial –exógenas: Sweezy, Wallerstein–.

    2.  La economía de los encadenamientos (linkages)

            Estos temas han estado muy presentes en la formación de los economistas. Pero he aquí que, en tal contexto, se estaba ignorando un denso libro publicado en 1958 por un economista casi desconocido: Albert O. Hirschman. El texto, publicado por la Universidad de Yale, fue traducido al castellano en 1961 (La estrategia del desarrollo económico, Fondo de Cultura Económica, México, 1961). En esta compleja investigación –que merecía sin duda un premio Nobel de Economía, que no se otorgó–, Hirschman subrayaba, a partir de sus trabajos empíricos en América Latina, una tesis heterodoxa en cuanto al crecimiento de la economía, tesis que no se edificaba sobre iconografías míticas ni sobre las experiencias de los países más desarrollados. Pero con resultados que constituían una línea de investigación relevante para aquellas naciones o regiones aparentemente atrasadas –o con dificultades de desarrollo–, porque sus pautas de crecimiento no se habían ajustado a las plantillas establecidas. Hirschman escribe este libro cuatro años antes que Gerschenkron publique el suyo; pero es este último el que determina una mayor influencia en las facultades de Economía. Cabe decir que, en 1946, Alexander Gerschenkron convocó a Hirschman para integrar la Junta de Gobernadores del Sistema de Reserva Federal, y trabajó en los problemas de la reconstrucción que enfrentaban los países de Europa Occidental. Esto indica que Gerschenkron valoraba las aptitudes y argumentos de Hirschman; ahora bien, ¿qué nos aporta a la teoría del crecimiento?

Hirschman propone un modelo de desarrollo económico que no es rígido. El holismo que lo dirige inter-relaciona los ejemplos empíricos de carácter microeconómico que estudió en América Latina, y los vincula a condicionantes de carácter psicológico-político, lo que plantea una noción muy rica del concepto de desarrollo económico. Para él, el desarrollo significa un proceso en el que un tipo concreto de economía se convierte en otro tipo más avanzado. La capacidad para invertir crece con la experiencia. La economía promueve capacidades, destrezas y  actitudes que son necesarias para el avance posterior. De esta forma, las inversiones de un periodo generan a su vez inversiones complementarias en la fase siguiente. En suma, no se invierte porque, por ejemplo, la demanda haya aumentado en el pasado; sino por esa experiencia del pasado, que se traduce en guía para el futuro. Esto proporciona, a su vez, la adscripción del factor tiempo: el crecimiento económico no se produce con grandes saltos puntuales y abruptos, promovidos por determinadas estrategias inversoras (algo presente en Gerschenkron, y  que parecía aceptado sin discusión tras la publicación del libro de Walter Rostow: Las etapas del crecimiento económico, Fondo de Cultura Económica, México, 1973; edición original en 1960); por el contrario, el desarrollo –nótese el matiz conceptual de Hirschman al hablar más de “desarrollo” que de crecimiento– es un proceso largo, complejo, que infiere inter-conexiones y múltiples repercusiones y complementariedades.

La inversión, dice Hirschman, promueve más inversión (la influencia de la teoría del multiplicador keynesiano es patente), y debe utilizarse de manera consciente en todo el proceso de desarrollo. En tal sentido, la existencia de encadenamientos productivos se convierte en una pieza esencial del modelo de crecimiento de Hirschman: las complicidades inter-sectoriales se traducen en externalidades positivas que no necesariamente urgen de grandes unidades de producción, ni de extraordinarios programas tecnológicos. Es así como, contrariamente a Gerschenkron, cuyo modelo se edifica sobre el arrastre de los sectores industriales intensivos en capital, Hirschman defiende la posibilidad de iniciativas industriales que contemplen la demanda de bienes de consumo como estación de arranque al crecimiento. Aquí las pequeñas y medianas empresas tienen protagonismo, con escalas de producción más modestas.

En tal contexto, los encadenamientos productivos anteriores juegan un papel relevante, toda vez que han inferido formación de capital, mejorado la eficiencia e, igualmente, contribuido a incrementar las exportaciones. Y, a su vez, los encadenamientos posteriores dependen de los precedentes, como resultado de las presiones de la demanda. Todo esto supone admitir:

  • Que el progreso económico depende de experiencias existentes, que a su vez se interconectan en un ambiente de “atmósfera industrial”, un concepto potentemente desarrollado por Alfred Marshall (Principios de Economía Política, Ariel, Barcelona, 1988; edición original en 1890). En este punto, existe una reivindicación por las trayectorias reconocidas en una región, y la capacidad para trasladar esa “cultura económica” entre personas y sectores productivos. El crecimiento se hace poroso, al margen de grandes saltos tecnológicos.
  • Para que una economía incremente su nivel de ingresos debe desarrollar, en primer término, varios centros regionales o polos de crecimiento, hecho que infiere una desigualdad inter-territorial con una conclusión meridiana: el crecimiento económico es desequilibrado.
  • Importancia de la distribución regional de la inversión pública a través de una triple estrategia: la dispersión, la focalización en áreas de desarrollos incipientes y robustos, y los intentos para desarrollar regiones más atrasadas.
  • El sector exterior de la economía juega un rol transcendental, y ese empuje comercial no tiene porqué estar vinculado a industrias o a sectores productivos intensivos en capital o en tecnologías muy avanzadas. De nuevo, los encadenamientos hacia atrás y hacia delante, sobre los niveles experienciales reconocidos, implementan el crecimiento.

En economía regional se conocen estudios que tienen una inspiración en Marshall y en Hirschman en cuanto al crecimiento observado. Esto se ha apreciado en buena parte de la literatura sobre los distritos industriales, áreas en decadencia por causas dispares, que pudieron rehacerse gracias, entre otros aspectos, a la aplicación de parte de las tesis de Marshall y Hirschman. En esos estudios de caso, varios aspectos destacan:

a/ La experiencia histórico-económica de las regiones consideradas. Los estudios sobre las economías regionales de Italia son ilustrativos al respecto (Giacomo Beccatini et alter, Desarrollo local, teorías y estrategias, Civitas, Madrid, 2002; ejemplos para España: Jordi Catalan et alter, Distritos y clústers en la Europa del Sur, Lid Empresarial, Madrid, 2011). Toscana, Emilia-Romagna, Las Marcas, constituían espacios económicos en decadencia que antaño fueron poderosos centros productivos –en manufacturas de bienes de consumo: tejidos, calzado, metalurgia ligera–, y que a partir de la adopción y adaptación de las premisas teóricas de Marshall y Hirschman, se pudieron superar las fases de decadencia y transitar hacia etapas de fuerte desarrollo.

b/ Para ello, las teorías sintéticas del distrito industrial descansan sobre el despliegue de una economía colaborativa, en la que experiencias anteriores, conocimientos previos y colaboraciones público-privadas ejercen un protagonismo que involucra a administraciones públicas, sindicatos y empresarios. En este punto, Hirschman propone tres formas de comportamiento de los agentes: la salida (es decir, la renuncia y el abandono de la relación), la voz (la acción política y el planteamiento del ideario político) y la lealtad (renunciar por el compromiso, a cambio de obtener el del interlocutor). Este tercer factor, asumido sin extremismos, es vital para evitar la salida y dar peso a la voz (Albert O. Hirschman, Salida, voz y lealtad, Fondo de Cultura Económica, México, 1970). El crecimiento obedece, por tanto, a esa colaboración simbiótica que enlaza el pasado con el presente, desde experiencias reconocidas y tangibles.

      3. Nota final

            El modelo económico que plantea Albert O. Hirschman, sustentado sobre sus investigaciones en países latinoamericanos, tuvo repercusiones positivas en importantes universidades norteamericanas. En ellas –Yale, Harvard, Columbia, Princeton– acabó recalando el economista, tras su largo paso por Colombia y otras naciones de América Latina. Las enseñanzas de Hirschman abren la economía a nuevos enfoques, matizan los modelos de equilibrio cuasi-perfecto, cuestionan las teorías más ortodoxas sobre la inversión e, incluso, el capital humano, y aportan herramientas útiles para el análisis de las economías regionales. Aquí, con la reivindicación de la experiencia, de la trayectoria, de las capacidades inter-relacionadas desde los casos microeconómicos hasta las esferas más macroeconómicas.

            En España, Ernest Lluch planteó este modelo, como se ha dicho, para analizar la economía valenciana, con resultados innovadores –la demostración de los encadenamientos productivos y de la relevancia de la cultura de mercado– que han significado una guía para otros estudios de economía regional. Hirschman, aún un gran desconocido, tiene un gran arsenal teórico del que los economistas podemos nutrirnos no solo desde la perspectiva de un mayor conocimiento sobre el pensamiento económico; sino también sobre las posibilidades prácticas, demostradas, de su aplicación a la economía real.

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Aproximación a la obra básica traducida al español de Albert O. Hirschman: títulos esenciales

La estrategia del desarrollo económico, Fondo de Cultura Económica, México, 1981.

Retóricas de la intransigencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1991.

Tendencias auto-subversivas: ensayos, Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

Salida, voz y lealtad, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2010.

Interés privado y acción política, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2012.

De la economía a la política y más allá : ensayos de penetración y superación de fronteras, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2012.

Más allá de la economía, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2014.

Las pasiones y los intereses, Capitán Swing, Madrid, 2014.

La retórica reaccionaria, Clave Intelectual, Madrid, 2020.

 

About Carles Manera

Catedrático de Historia e Instituciones Económicas, en el departamento de Economía Aplicada de la Universitat de les Illes Balears. Doctor en Historia por la Universitat de les Illes Balears y doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Barcelona. Consejero del Banco de España. Consejero de Economía, Hacienda e Innovación (desde julio de 2007 hasta septiembre de 2009); y Consejero de Economía y Hacienda (desde septiembre de 2009 hasta junio de 2011), del Govern de les Illes Balears. Presidente del Consejo Económico y Social de Baleares. Miembro de Economistas Frente a la Crisis Blog: http://carlesmanera.com

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