Mucha gente se pregunta qué está sucediendo para que, cuando la situación económica pinta mejor en España, según los mismos organismos internacionales que nos sacudieron de lo lindo durante la crisis del 2008, una ola creciente de votantes descontentos tenga como objetivo tumbar al gobierno para evitar una inexistente situación catastrófica.
La inflación está en descenso, la evolución del empleo y su calidad en cifras excelentes, las expectativas de las empresas boyantes, las necesarias transformaciones económicas estructurales de modernización en marcha, los salarios recuperando ya poder adquisitivo, el nacionalismo regional rebajando sus pretensiones o en retroceso y la influencia y el prestigio internacional de España en aumento. Los problemas heredados aún pendientes, una tasa de paro elevada o la difícil situación financiera de muchos jóvenes y familias, están en fase de mejora o en vías de solución a pesar del endiablado entorno exterior. Por no hablar de la gestión de la pandemia, un acontecimiento terrible superado con nota por el gobierno de coalición tras haber decidido aplicar el recurso a los ERTE en vez de abandonar a su suerte a los trabajadores descolgados, como hizo el gobierno Rajoy en la crisis anterior.
Que el próximo 23 de julio se produjera la abrumadora victoria del PP que vaticinan algunos medios y que ese partido pudiese gobernar en coalición con la ultraderecha sería un resultado ilógico. Supondría echar por tierra el exitoso esfuerzo dedicado a mejorar el país para volver a unas recetas, de austeridad con las prestaciones sociales y las pensiones, rebajas de impuestos a los más ricos y racanería con los salarios más bajos, que se demostraron nefastas en el pasado; y supondría también volver a incendiar la política, a mayor placer de nacionalistas centrales y periféricos. Sería un cambio de rumbo sorprendente desde la razón, aunque no tanto desde la historia reciente, por ser un fenómeno antes visto en otros países.
Para desvelar el misterio de los países que se entregan democráticamente a un masoquista retroceso puede ser útil una frase pronunciada por Mariano Rajoy en 2016, todo un destello de sabiduría, aunque fuese el producto involuntario de uno de sus habituales raptos de confusión: “somos sentimientos y tenemos seres humanos”.
Recordar que somos seres humanos y tenemos sentimientos aportaría bien poco al análisis. Sin embargo, situando por delante que somos un puñado de sentimientos y que tenemos seres humanos que organizar, preferiblemente en armonía y en paz, es fácil comprender hechos recientes insólitos. Como que una turba de trastornados asalte el Capitolio en EEUU, que el Reino Unido ya no esté en la UE, que la ultraderecha gobierne en Italia y Putin en Rusia o que una mujer de escaso currículo y perverso entendimiento esté marcando la agenda política en España, dentro y fuera del PP, voceando desprecio hacia sus oponentes en lugar de argumentos. Y sirve también para intuir los deleznables sentimientos de quienes mueven los hilos de las marionetas en tan desdichados episodios.
Explicaba con tino Bertrand Russell que hay dos tipos de sentimientos humanos, los positivos, porque juegan a favor de los demás y por tanto de la sociedad, y los negativos, que actúan en contra de alguien y por tanto de todos. Entre los primeros podríamos clasificar el amor, la bondad, la generosidad o la empatía y sus manifestaciones emocionales, el altruismo, la amabilidad, la verdad, el respeto o la ternura. Entre los sentimientos negativos encajarían la maldad, el odio, el rencor, los celos o la ambición y sus exteriorizaciones, la agresividad, la violencia, el insulto, la mentira o el abuso. Esa interesante clasificación facilita comprender que cultivar los primeros nos lleva por el camino de una constructiva sabiduría y alimentar los segundos hacia una destructiva estupidez.
Los sentimientos positivos son dados a la intimidad. De hecho, al exhibirse en exceso pueden dejar de serlo, como la mutación de humildad o bondad en soberbia y vanidad. Por el contrario, los sentimientos negativos son muy dados al exhibicionismo. Compartir en grupo sentimientos de superioridad o hasta desprecio a los demás puede ser excitante y atractivo. De ahí la exaltada comunión de los patriotas alemanes pavoneándose de una supuesta supremacía racial en los tiempos de Hitler o de los espectadores del circo romano aplaudiendo a unas fieras devorando personas.
Las sociedades que aspiran a un futuro mejor son conscientes del peligro del exhibicionismo de sentimientos negativos, por lo que intentan reconducir ese inevitable afán colectivo hacia un juego inofensivo que desahogue tensiones sin producir víctimas. Aceptar pacíficamente un deseo compartido frustrado, como que pierda nuestro equipo de fútbol o partido político, es positivo, igual que empujar a las masas a desatar sus ansias de confrontación, inventándose un inexistente fraude electoral diseñado desde el poder, por ejemplo, es negativo y peligroso. Para los demás y a la larga también para la propia hinchada ansiosa de triunfo.
La ola siniestra que azuza los sentimientos negativos de los descontentos para señalar como culpables a los demás, ya sean inmigrantes, independentistas, comunistas, socialistas, no heterosexuales, feministas, gente de escasos recursos, pensionistas, niños desamparados, líderes o militantes de otros partidos o educadores de las escuelas, parece haber tocado techo en la América de Trump y Bolsonaro, pero no en Europa. Tras absorber Italia, la alianza ultraderechista mundial que agita los bajos instintos para alcanzar el poder ha puesto su objetivo en España. Cuentan con un partido consolidado insuficiente para gobernar, pero con una inesperada ventaja: el Partido Popular, animado por el éxito del populismo en Madrid, ha decidido utilizar la misma estrategia que la extrema derecha para gobernar juntos. Un dislate que, de tener éxito, pondría en una situación crítica a la vapuleada Unión Europea post Brexit.
A poco más de un mes de las elecciones necesitamos debates sosegados sobre programas concretos y evitar entrar al trapo de los sentimientos negativos. No se puede ganar contra unos expertos que dominan la estrategia del enfrentamiento, pero sobre todo no se debe competir en ese terreno. Conviene a todos destapar y rehuir la manipulación de emociones. De los patriotas españoles, pero también de los regionales, sobre todo de aquellos que apelan a un pasado franquista mejor, pero también de los antifascistas, incluso de los que pretenden una superioridad ideológica a izquierda o derecha. Y convendría también señalar y evitar un exhibicionismo de sentimientos positivos que no es más que humo. Todos queremos más libertad, que la economía y el empleo vayan mejor, apoyar a las familias o transitar hacia el futuro unidos y en paz, pero hay que explicar detalladamente cuál es el plan y cuáles son los recursos para conseguir todo eso.
Rodeados de graves problemas, la guerra en Ucrania, el cambio climático, los vaivenes financieros, la inflación, y tras haber diseñado y aplicado exitosas políticas para superar una pandemia que paralizó de golpe la economía no estamos para liarnos a garrotazos como en el cuadro de Goya sino para unir voluntades y seguir construyendo un futuro mejor.
La sensatez de los sentimientos positivos debe y puede vencer a la vociferante exhibición de sentimientos negativos. Los españoles no se merecen otra década perdida como la del anterior gobierno del PP tras la crisis del 2008.
Muy bien dicho
[…] haber publicado un artículo en el que criticaba a la ultraderecha por utilizar sentimientos negativos, emociones dañinas o bajos instintos para alcanzar sus fines, […]