El neoliberalismo ha sido la ideología económica dominante durante casi cuarenta años. Aunque empieza a encontrarse seriamente cuestionada, tanto desde la Academia (por Stiglitz y Mazzucato entre otros) como desde la prensa especializada (artículos de Martin Wolf en el Financial Times), es el cuerpo doctrinal que ha conformado en los últimos lustros la realidad regulatoria e institucional en el mundo. La descomunal elevación de la desigualdad, con sus dramáticas consecuencias económicas, sociales y políticas, es en gran medida el resultado de ese dominio ideológico. Las características de la innovación tecnológica y el fenómeno de la globalización, que se han apuntado como las causas del deterioro de la distribución, no habrían producido los desastrosos resultados actuales en otro contexto institucional. Por otra parte, en contra de lo que proclamaba el dogma neoliberal, el marco que ha alumbrado no ha dinamizado la innovación sino que ha mermado notablemente su impulso. De hecho ha sido un freno para la inversión productiva y para la innovación. Más que desarrollar una amplia clase de innovadores y emprendedores ha fomentado una de rentistas: individuos que, amparados por el andamiaje institucional construido desde mediados de los ochenta, se han ido apropiando de una elevada proporción de las rentas, sin haber aportado apenas valor, o con una aportación infinitamente inferior a la retribución que han recibido.
La elevación de la desigualdad y el deterioro del dinamismo productivo han sido en buena medida causados por los cambios experimentados, desde mediados de la década de los ochenta, en las reglas y prácticas que configuran la realidad institucional. Estos cambios están íntimamente ligados, si no directamente impulsados y legitimados, por un conjunto de sofismas encubiertos en la doctrina neoliberal.
Sofisma 1: El mercado no es solo una institución que coordina las decisiones y acciones de los agentes económicos (lo que, por cierto y sin discusión, le confiere una gran importancia), sino que proporciona una valoración correcta e indiscutible de los bienes, servicios y activos.
Sofisma 1.1 la valoración que el mercado de capitales hace de las empresas es la correcta. Corolario: las medidas que elevan la cotización de mercado de una empresa “crean valor” y la maximización de ese valor de mercado debe ser el criterio que guie las decisiones de los directivos. Pero son muchos los factores (graves deficiencias en la información, imperfección de los mercados de los productos, etc.) por los que se puede dudar de la valoración de las empresas realizada por el mercado de capitales y la realidad es que la maximización de ese valor como criterio de decisión ha conducido al cortoplacismo, a priorizar la cotización y el beneficio por acción inmediato frente a la inversión productiva y la innovación, y a la explotación de los otros actores del esfuerzo colectivo que conduce a la generación de rentas (los llamados stakeholders, distintos de los accionistas – los shareholders). Este último punto, se ha empezado a introducir en la literatura financiera, incluso por un banco de inversiones como JP Morgan (lo que, por cierto, parece un oxímoron), pero, de nuevo, con el enfoque incorrecto: insistiendo en la autorregulación de las propias empresas en lugar de en la definición de restricciones (regulaciones) a las que se tendrían que someter las decisiones de las empresas para que tengan en cuenta los intereses de clientes, empleados, proveedores, comunidad científica, medio ambiente y otros stakeholders.
Sofisma 1.2: Las retribuciones de los ejecutivos que determina el mercado son correctas. Este es un sofisma que escuchamos frecuentemente cuando se comenta la estratosférica elevación de las remuneraciones de los ejecutivos (en algunos casos hasta 350 veces la mediana de las retribuciones de su empresa). Pero la pregunta es ¿a qué mercado se refieren? Más que un mercado parece ser un club. En el sentido de que las retribuciones de altos ejecutivos en el mundo anglosajón son acordadas por un conjunto reducido de personas con similares intereses (un club), formado por ejecutivos de fondos de riesgo y de capital, que tienen una posición importante en el accionariado de las empresas, y por ejecutivos de las empresas. Que los esquemas retributivos, en consonancia con el principio de la maximización del valor de los accionistas, estén ligado a las cotizaciones (mediante sistemas de stock options o similares) es una perversión adicional: cualquier cosa que hagan los ejecutivos para elevar la cotización a corto plazo (endeudarse para comprar acciones propias, por ejemplo) aumenta, supuestamente, el “valor de la empresa”, y eleva, ciertamente, la retribución de los ejecutivos. No existe una relación probada entre la evolución a largo plazo de la empresa y la retribución mediante stock options. Estos esquemas retributivos no alinean intereses de los ejecutivos con los de la empresa a largo plazo: los directivos tienen más incentivos para manipular el valor de la acción que para emprender programas de inversión productiva e innovación. En lo que se refiere a los gestores de activos, muchos de los cuales se encuentran en los percentiles más altos de las retribuciones, las suyas apenas guardan relación con su aportación a los ahorradores, y obtienen, además, una renta de monopolio por la elevada concentración del sector (en EE.UU. 25 gestores de activos controlan un 60% de toda la actividad de estas instituciones de inversión).
Sofisma 2: Los mercados tienen capacidad para autorregularse por lo que la regulación y supervisión externa carecen de sentido. Este sofisma ha conducido, por un lado, a la hipertrofia del sistema financiero y, por otro, al debilitamiento, si no dejación, de las políticas de competencia. La primera ha permitido una enorme extracción de rentas por parte del sector financiero, cuya hiperactividad no ha contribuido realmente a la producción de bienes y servicios finales (en donde se generan las rentas), como ilustra el hecho de que en el 85% del elevado número de transacciones financieras no participa ningún agente del sector real. Por otro lado, se ha producido una notable pérdida de eficiencia en la intermediación financiera y, por último, apenas ha contribuido a la reducción del riesgo financiero. Pero a pesar de crear tan poco valor ha capturado una proporción muy elevada de la renta generada en la economía, de lo que se han aprovechado unos pocos, dada la alta concentración del sector.
Por su parte, la notable perdida de competencia en los mercados de bienes y servicios, evidenciada por las elevaciones de los márgenes y de la concentración que observamos en las economías anglosajonas, ha sido el resultado de opciones políticas muy concretas que han conducido a la relajación de la regulación y de la supervisión. También de cambios normativos que facilitaron la toma de control de empresas por terceros (que, en contra de la jerga financiera al uso, pocas veces crea valor) y que se dispararon a mediados de los 90. Ello redujo la competencia en los sectores, destruyó tejido productivo – frecuentemente las empresas adquiridas eran troceadas eliminando las partes con menos rentabilidad a corto plazo. Todo este deterioro de la competencia ha contribuido a consolidar un considerable poder político complementario al poder de mercado. Curiosamente, en cambio, ha habido una excesiva regulación de la propiedad intelectual, que ha llevado a que no solo se restrinja el uso y se evite la copia de los productos fruto de la innovación, como estaría justificado, sino también se restrinja el uso de las herramientas para llevar a cabo la innovación, creando rentas de monopolio que restringe el avance de la investigación. Las patentes excesivas se utilizan para bloquear la competencia y, al incluir el uso de herramientas, sirven para impedir desarrollos de nuevas innovaciones que pueden resultarles lesivas. Ello ha contribuido a consolidar estructuras de mercado fuertemente monopolistas y a desalentar la innovación de terceros. La innovación es acumulativa: la investigación pública ha jugado un papel fundamental en muchas innovaciones y otros innovadores distintos del creador del producto final han sido muchas veces decisivos y el sistema de patentes ha facilitado que el último innovador se apropie del esfuerzo de los demás (incluido el Estado). En el mundo digital se ha permitido el desarrollo de lo que se conocen como “efectos de red”, que obstaculizan la aparición de competidores.
Por último, la desregulación del mercado laboral, y el debilitamiento de las organizaciones que defienden los derechos de los empleados, en un momento en el que por la revolución digital es necesario redefinirlos, han elevado la explotación y ahondado los déficits de información de los buscadores de empleo.
Sofisma 3: Los impuestos sobre las rentas y ganancias de capital y los que gravan a los “creadores” de riqueza desalientan la inversión productiva. Hay poca evidencia sobe la relación entre los impuestos sobre las ganancias de capital y la inversión productiva, y ninguna evidencia de que las reducciones de impuestos a los ricos haya contribuido a intensificar la inversión. Sí, en cambio, que ha empeorado la distribución y sí, también, que han incentivado estrategias cortoplacistas. El tratamiento fiscal de los esquemas de retribución de los ejecutivos y de las plusvalías generadas tras las tomas de empresas, estarían entre los cambios tributarios que han tenido esas consecuencias.
Sofisma 4: No hay razón para preocuparse de la distribución de la renta; solamente, en su caso, de la pobreza extrema. Una mala distribución es muy relevante, más allá de los casos de pobreza extrema que albergue. La distribución de la renta está ligada a diferencias en salud y esperanza de vida. Y cuanto más desigual sea la distribución mayor es la probabilidad de que las rentas más altas crezcan a una tasa superior que las bajas (según confirman estudios de Milanovic y colaboradores), con lo que la desigualdad aumenta. Y cuanto mayor sea la desigualdad más probable será que los que se encuentran en los tramos superiores condicionen a su favor los cambios en las reglas.
No es necesario insistir en las consecuencias sobre la desigualdad de los cambios impulsados por estos sofismas. Tampoco hay muchas dudas acerca de sus efectos sobre el estancamiento en la inversión productiva y en el bajo crecimiento de la productividad.
.
Una versión de este artículo fue publicada el 26 de diciembre de 2019 en El País. Se publica en esta WEB con autorización del autor.
Lo que ocurre cuando la Política se deja en manos de los Economistas.
Buscar en la Hemeroteca las declaraciones de Solchaga sobre la Via Ferrea de la Ruta de la Plata y la rentabilidad del ferrocarril. También sus declaraciones en relación con las ZUR y destino de España como Pais de Servicios.
Y finalmente sus Alma Mater en U$A