Complejizar la política económica.

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Hasta este momento del año, la economía española ha resistido bien la difícil situación económica global. Aunque los últimos datos muestran cierta ralentización del crecimiento y del empleo -a la espera de los datos de agosto- y la inflación se mantiene moderadamente baja si la comparamos con la de la Eurozona, el contexto económico internacional no invita a un optimismo desaforado. Se acumulan las malas noticias sobre la actividad industrial, los problemas económicos en Alemania y China, la desaceleración global y la persistencia de la inflación, que implica tipos de interés más altos durante más tiempo. Las palabras de Luis de Guindos, apuntando a una posible nueva subida de tipos en la eurozona, puede hacer que la economía se enfríe todavía más, a la espera de recuperar un nivel de precios aceptable para la política monetaria, algo que está todavía lejos de suceder.

Mientras esto ocurre en términos de coyuntura, los países en desarrollo observan impotentes cómo los precios de los alimentos se mantienen en niveles muy altos, lo cual amenaza la seguridad alimentaria de millones de personas, y puede hacer descarrilar los objetivos de reducción de la pobreza mundial, que todavía no se han recuperado del impacto de la crisis de la pandemia. El último informe de Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible señala que la mayoría de los mismos están o bien estancados, o bien en retroceso, lo cual es una pésima noticia a nivel mundial. Aunque todavía no ha afectado claramente al flujo del comercio internacional, la tendencia es a una ralentización de dichos intercambios, a a luz de las opciones de política económica tomadas por las principales economías.

El problema de esta situación es que no se trata únicamente de una coyuntura que se pueda superar, sino que son síntomas de la pérdida de vigor de la economía mundial, que mantiene una tendencia decreciente en términos de su capacidad de crecimiento a largo plazo. Medida en términos tendenciales, la tasa de crecimiento de la economía mundial se está reduciendo desde los años setenta, con pocos visos de una fuerte recuperación en los próximos años. Los motivos de esta caída en las tasas de crecimiento económico mundial son múltiples, y están bien explicados, particularmente en el caso de las economías más desarrolladas: envejecimiento de la población, ausencia de inversiones productivas, y sobre todo, decaimiento de la capacidad de transformar la innovación en un crecimiento sostenido de la productividad, que marca mínimos en muchas economías desarrolladas. No son tan claras las razones de la caída de los países emergentes, aunque la debilidad de la demanda internacional puede hacer daño a las economías orientadas a la exportación, particularmente de bienes de consumo e industriales, que, además, han sufrido el alza de los precios de las materias primas.

En definitiva, nos encontramos en un nuevo ciclo que se prolongará durante varios años y en los que los ritmos de crecimiento económico serán sensiblemente más bajos que en las últimas décadas. Desde este punto de vista, los aspectos distributivos volverán a aparecer con fuerza en la agenda económica: si la tarta deja de crecer, el debate se volverá a centran en cómo se reparte.

Ante esta situación, la política económica se está reformulando a marchas forzadas: se vuelve a hablar abiertamente de proteccionismo, de refuerzo de la política industrial activa, y de acortar las cadenas de suministro para evitar riesgos geopolíticos innecesarios. Se amplía la competencia tecnológica, particularmente en las llamadas tecnologías críticas, y se debilitan los lazos de cooperación multilateral. Los altos tipos de interés prevendrán al sector privado de incrementar los niveles de inversión, y las economías públicas, altamente endeudadas, encontrarán problemas para poder resolver esta ecuación sin nuevas fórmulas innovadoras que, aunque puestas encima de la mesa en los últimos años, carecen todavía de la fuerza y el consenso suficiente como para ponerse en marcha. Si a todo esto unimos los desafíos de la transición climática, digital y social, tenemos todos los ingredientes para una tormenta perfecta.

Tiempos difíciles, por consiguiente. Lo que parece claro es que en este escenario lleno de complejidad, el recurso a una política económica fundamentada únicamente en el fomento de la competencia y en el establecimiento de una política fiscal estable no será suficiente. La política industrial, comercial y de cooperación económica internacional van a volver a ganar peso tras un período en el que se consideraba anatema hablar de estas dimensiones. David Colander, en una obra que cumple ya unos años (Complexity and the art of public policy), apuntaba a que la política macroeconómica había perdido el sentido de la complejidad, centrándose en unas pocas variables sin analizar el complejo entramado de relaciones entre lo macro, lo mezzo y lo micro. Ha llegado el momento de recuperar la complejidad en la toma de decisiones económicas y, para ello, los decisores públicos deben completar una caja de herramientas que, lamentablemente, se había ido vaciando desde los años ochenta. En los últimos años, la OCDE había desarrollado un trabajo meritorio en la definición de nuevos marcos, pero la orientación conservadora del actual Secretario General de la Organización ha cerrado el programa, para desgracia de todos los países occidentales. En esto también, como en otras tantas cosas, es más importante liberarse de las viejas ideas que asumir las nuevas.

About José Moisés Martín Carretero

Economista y consultor internacional. Dirige una firma de consultoría especializada en políticas públicas y desarrollo económico y social. Autor del libro: "España 2030: Gobernar el futuro". Miembro de Economistas Frente a la Crisis

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