La economía española de 2022 presenta algunos rasgos diferenciales respecto del resto de la Unión Europea. Entre dichos elementos diferenciales destacan un crecimiento del 4,2% (5% en 2021), superior al de la Unión Europea, impulsado sobre todo por las exportaciones netas (turismo). Destaca asimismo una variación anual del empleo del 4,6% (unos 350.000 empleos), una tasa media de desempleo del 13,7%, una inflación media anual prevista próxima al 9% en 2022, un superávit de balanza de pagos del 0,6% del PIB, un déficit público del 5,5% del PIB y un nivel de deuda pública que oscila entre el 115% y el 120% del PIB. Una inflación elevada, unos salarios reales declinantes, una desaceleración en el crecimiento económico, un amplio temor respecto de posibles políticas monetarias restrictivas por parte del BCE, son aspectos destacados de la actual economía española.
Pero esos también fueron los rasgos dominantes de la economía mundial en los años setenta del pasado siglo. La evolución de dicho periodo terminó al inicio de los años ochenta, y lo hizo con una restricción monetaria brutal en USA, con una reducción aguda de la inflación y una ola de crisis de deuda en los países subdesarrollados.
En este periodo cambió también la política económica: se desterró a la economía keynesiana, se liberalizaron los mercados de trabajo, se privatizaron las empresas públicas. Existen, pues, ahora, claros paralelismos con la economía de los años setenta, pero también hay diferencias.
La estanflación (alta inflación y bajo crecimiento) de los años ochenta incluyó periodos de inflación superiores a lo previsto y de crecimiento inferior a las previsiones. ¿Cuáles son los diferenciales de España respecto del resto de la Eurozona en 2021-2022?
En primer lugar, la tasa de desempleo media de mayo de 2022 (13,1%) casi duplica la de la Eurozona (6,6%), según Eurostat. En segundo lugar, destaca la debilidad de los aumentos salariales reales tras la crisis de 2007-08, así como unos déficits fiscales significativos (hay una brecha fiscal en los ingresos públicos, que requiere al menos una reforma fiscal parcial) y la elevada deuda pública.
En un artículo escrito al inicio del ejercicio de 2022, “Nubes en 2022”, Nouriel Roubini anticipó que la pandemia no terminó del todo en 2021. La inflación podía resultar alimentada en 2022 por el exceso de ahorro pendiente de gastar, por una demanda reprimida y por unas políticas monetarias y fiscales laxas. Roubini subrayó la enorme acumulación de deuda privada y pública, con lo que en caso de profundizarse la crisis los bancos centrales variará el curso de la política monetaria de los últimos ejercicios.
Son abundantes los riesgos geopolíticos (Ucrania, guerra fría chino-norteamericana, Irán). Se van a advertir las consecuencias negativas del cambio climático, no hay recursos suficientes para incrementar las energías renovables, y se esperan unos precios más elevados de la energía durante varios años. Mientras que los bancos centrales desarrollaban políticas poco convencionales, la fiesta podía seguir. Pero las burbujas de activos y de crédito pueden desinflarse en 2022 en cuanto se normalicen las políticas.
Los principales elementos de la crisis son ahora una alta e inesperada inflación, una guerra entre países productores de materias primas. No se ha entrado todavía en una fase de estanflación, pero hay riegos de que se reproduzca dicha situación.
La inflación supera a las previsiones en todas partes. Como en los años 70, esta evolución se debe a shocks de una vez (en los años 70, destacó la guerra del Yon Kippur en 1973 y el inicio de la guerra Irán-Irak en 1980). En 2021-22 han actuado el Covid 19 y la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Lo más importante es que la inflación se introduzca en las expectativas y en la economía. En los años 70 no se advirtió la desaceleración de la tasa de crecimiento potencial que tuvo lugar en dicho periodo.
La economía mundial es más fuerte que la de los años 70 en general, pero tiene un punto débil en cuanto al tamaño del stock de deuda, en especial la denominada en divisas exteriores. De producirse una restricción monetaria sustancial podrían surgir crisis desordenadas y costosas. Los prestamistas pueden estar mejor preparados que en los años 80, pero los prestatarios pueden optar por deprimir la demanda efectiva. Resulta optimista la seguridad en que los shocks en las economías están superados. Nadie sabe cómo evolucionará la guerra. Rusia puede cortar las exportaciones de gas a occidente, generando así una perturbación mayor.
De los años setenta el peor recuerdo es el de la incertidumbre, pues no se tenía entonces idea de lo que podría suceder. Se cometieron muchos errores, en unos casos de sobreoptimismo y en otros de pánico. El pasado nunca se repite, pero es rítmico. No debe de ignorarse la poesía del tiempo (Martin Wolf, “Los errores políticos de los años setenta hacen eco en nuestros tiempos”, Financial Times, 22.6.2022).
El supuesto de que las cosas son muy diferentes tiene plausibilidad, pero está lejos de ser cierto. En principio, resulta decisivo lo que hagan los políticos. Es preciso evitar que la inflación quede fuera de control, como pasó en los 70. Sobre todo se debe de evitar una severa desaceleración del crecimiento, por los costes económicos que se derivan.
Recientemente Christine Lagarde indicó en Sintra, Portugal, que el Banco Central Europeo debe de actuar de forma determinada y sostenida para frenar la inflación record presente en la Eurozona, en especial si aparecen indicios de que las expectativas de precios están creciendo de forma aguda para los hogares y para las empresas (“Christine Lagarde endurece el mensaje del BCE sobre la lucha contra la inflación”, Financial Times 29.6.22).
El contexto presente complica el trabajo de la política económica, en especial la elevada tasa de inflación. c
En principio los más elevados tipos de interés frenarán el empuje de la demanda de vivienda. Hay que contar con una desaceleración del crecimiento. Las rentas salariales no pueden crecer a un ritmo tan elevado de inflación, pero el coste del ajuste se debe de repartir entre empresarios y asalariados. Esta evolución resultaría favorecida de adoptarse por el gobierno nuevas medidas favorables para los sectores más vulnerables de la economía, como podría ser el aportar un empuje decisivo a la construcción de viviendas sociales de alquiler.