En un reciente libro, Branko Milanovic (Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Taurus, Madrid, 2020) se pregunta qué tipo de capitalismo puede triunfar en el futuro. La afirmación supone diferentes tipologías del capitalismo, que se bifurcan y coexisten en el sistema económico; en esencia: el capitalismo político y el meritocrático. Sin embargo, el autor defiende que, con todo, el capitalismo es el único gran modelo plausible. De alguna manera, esta idea de Milanovic –el capitalismo entendido en sus diferentes formas, algo que suele ignorarse con frecuencia– recuerda los estudios ya clásicos de Anthony Wrigley (Cambio, continuidad y azar: carácter de la revolución industrial, Crítica, Barcelona, 1988), cuando explicaba la existencia de dos tipos de capitalismo en los albores de la revolución industrial y, por consiguiente, dos tipos de crecimiento: el orgánico, sustentado sobre recursos naturales como el agua, el viento, el aire o la fuerza muscular; y el mineral, edificado sobre la combustión de energías fósiles. Poco o bajo crecimiento de la productividad en un caso (la economía orgánica) frente a la elevación de la productividad por superación de los estrechos límites de la naturaleza (la economía mineral). A su vez, la tesis del “triunfo” del sistema económico capitalista, que Milanovic desgrana con grandes matices y datos a lo largo de su trabajo, parece que diera la razón a Francis Fukuyama (El fin de la Historia, Crítica, Barcelona, 1992), en su teoría que, en síntesis, defiende la universalización de la democracia liberal occidental como forma final de gobierno humano (Josep Fontana publicó una crítica demoledora e inmediata a la aportación de Fukuyama, en La historia después del fin de la historia, Crítica, Barcelona, 1992).
Como se decía, Milanovic nos habla del capitalismo político y del capitalismo meritocrático. El primero, que el autor define también como “autoritario”, está representado por China y se ha extendido a otros países de Asia –Singapur, Vietnam, Birmania– y de Europa y África –Rusia y naciones del Cáucaso, Asia Central, Etiopía, Argelia y Ruanda–. El segundo tipo de capitalismo, el meritocrático liberal, se ha expandido de forma gradual en Occidente en los últimos doscientos años. Lo subrayable de la aportación de Milanovic es que realiza un análisis profundo de ambas tipologías, a la vez que concluye que el capitalismo ha conseguido un éxito importante en la transmisión de sus objetivos, convenciendo a la población. La filosofía de John Rawls (Teoría de la justicia, FCE, México, 1971) se encuentra en esta idea del economista, en una dirección: que las acciones cotidianas de los individuos manifiestan y refuerzan los valores generales en los que se sustenta el sistema social. Ambos capitalismos compiten entre si, y tal vez sea este el gran contexto general en el que se va a mover el desarrollo de la economía mundial en los próximos años, con contradicciones de gran calado. La más importante, sin lugar a dudas, va a ser el impacto ecológico que, tanto uno como otro capitalismos, están infringiendo al capital natural y los activos ambientales de la naturaleza: un factor que debería pesar cada vez más en el cuadro de decisiones de las políticas económicas.
Ahora bien, sea cual sea el capitalismo que analicemos, siguiendo la estela de Milanovic, se comprobará el desafío determinante de los procesos de crisis económica. Y la adopción de respuestas distintas ante ella, en función de las características sociales, económicas y culturales. Hoy, la crisis del coronavirus ha inducido cambios en las pautas de gobiernos e instituciones, en relación a la recesión de 2008. He aquí el principal estímulo catalizador en el marco de esta crisis: la actuación abierta de los bancos centrales y la actitud de los gobiernos, que han puesto en marcha amplios programas de inversiones. Todo muy diferente, como se decía, a lo que se ejecutó durante la Gran Recesión, con recortes sociales y rescates bancarios. Lo hemos visto –lo estamos viendo– en todo el mundo: sea cual sea la tipología del capitalismo que escrutemos. Por ejemplo, la Reserva Federal de Estados Unidos ha reducido los tipos de interés a corto plazo a cero, y se ha comprometido a comprar bonos gubernamentales en cantidades ilimitadas y adquirir montos específicos de deuda corporativa. Esto ha venido acompañado de una gran respuesta fiscal: expansión de los subsidios de desempleo, inyecciones directas de dinero y préstamos a pequeñas empresas. Factores que han contribuido a dar soporte a los precios de las acciones al aumentar la liquidez del mercado, reducir el coste de los préstamos, proporcionar financiación a las empresas y ayudar a incrementar la confianza empresarial. Algo parecido ha hecho el Banco Central Europeo y, por supuesto, otros reguladores. La reducción de los tipos de interés también es positiva para los mercados, ya que aumenta el valor presente de las ganancias futuras para los accionistas. Ahora bien, a pesar de toda la liquidez que se está inyectando, es posible que no sea suficiente para mantener la pulsión de los negocios y, a su vez, espolear a los consumidores. Es muy razonable pensar que los ingresos se mantengan a la baja en los próximos meses, al tiempo que muchas empresas tengan dificultades para pagar sus deudas. Esto acrecienta el riesgo de una ola de impagos y quiebras. Otoño e invierno difíciles.
En este sentido, la profesora Mariana Mazucatto señala que el capitalismo (en todas sus acepciones) se enfrenta a tres grandes crisis (véase sobre todo: El valor de las cosas: quién produce y quién gana en la economía global, Taurus, Madrid, 2019). Una primera, sanitaria, inducida por la pandemia, que ha aguijoneado una segunda: la crisis económica, con consecuencias todavía desconocidas para la estabilidad financiera. Pero todo ello se enmarca en una tercera crisis, la climática, que no admite respuesta dentro del paradigma actual. Esta triple crisis ha revelado varios problemas en el modelo de capitalismo actual, que deben resolverse íntegramente mientras al mismo tiempo enfrentamos la emergencia sanitaria inmediata. La triple crisis, según Mazucatto, debe inferir escenarios de oportunidades, de repensar los modelos de crecimiento, para evitar lo ya conocido en la crisis financiera de 2008. Entonces, recuérdese una vez más, las autoridades inundaron el mundo de liquidez sin dirigirla a buenas oportunidades de inversión. El dinero se canalizó de nuevo hacia un sector financiero incapaz de cumplir su función.
La crisis del coronavirus, además, está exponiendo con mayor énfasis los defectos en las estructuras económicas. Citamos a continuación tres factores importantes –que no son únicos–, que tienen la característica de articular mercados laborales y estrategias de inversión:
- Persiste la creciente precariedad del trabajo, debida al surgimiento de la economía de plataformas y a décadas de deterioro del poder de negociación de los sindicatos.
- Los gobiernos están dando préstamos a las empresas en un momento en que la deuda privada ya se encuentra en un nivel históricamente alto. No debe olvidarse que un elevado techo de deuda privada provocó la crisis financiera global. E incluso que países que alardean de disfrutar de una cierta salud financiera –como es el caso de Holanda–, tienen bajo sus pies las arenas movedizas de una descomunal deuda privada. Un factor que, sin duda, debió esgrimirse por parte de los países del sur, en las negociaciones recientes de los fondos de reconstrucción europea.
- Un sector empresarial muy “financiarizado” ha drenado esfuerzos económicos para premiar a los accionistas, con planes de recompra de sus títulos. Este planteamiento se ha opuesto a consolidar el crecimiento a largo plazo, con inversiones estratégicas como las orientadas a investigación y desarrollo, mejoras salariales y capacitación de los trabajadores. Tales propósitos, de haberse llevado a término, mejorarían la capacidad de consumo y proporcionarían resortes económicos para las clases medias y más vulnerables de la sociedad. No hacerlo dejó a los hogares desprovistos de colchones financieros, lo que les ha dificultado el acceso a bienes básicos como la vivienda y la educación.
La crisis del coronavirus está exacerbando estos problemas, sólo enunciados, y otros que se derivan de ellos. Pero, a su vez, esto nos permite considerar los errores de nuestro modelo productivo, y las posibles vías para re-direccionarlo. Se trata, en definitiva, de no eludir el pensamiento estratégico, la planificación estratégica, para observar nuevos horizontes para un crecimiento más inclusivo, con los ejes esenciales de los ODS de las Naciones Unidas. Urge evitar –no nos cansaremos de repetirlo– los errores cometidos tras el estallido de la Gran Recesión, cuando los rescates permitieron a las corporaciones aumentar todavía más sus ganancias al terminar la crisis, sin apuntalar las bases para una recuperación sólida e inclusiva. Con la crisis del coronavirus, el Estado y las instituciones económicas están siendo otra vez actores principales: protagonistas en el alcance importante de la política monetaria, y fraguadores de pactos en la política fiscal. Esto infiere proveer soluciones inmediatas, pensadas de modo tal que sirvan al interés público en el largo plazo, como por ejemplo:
- La incentivación a las empresas para eludir las recompras de acciones; es decir, promover y agilizar inversiones que supongan des-carbonización de las economías. Esto afecta a geografías distintas: el ámbito nacional y, también, las perspectiva regional del crecimiento.
- La programación de inversiones, canalizadas desde los Estados, en áreas como la inteligencia artificial, la salud pública, las energías renovables, etc., sectores que infieren multiplicadores fiscales elevados, en contraste con las inversiones llamemos más convencionales. Esta crisis es un recordatorio de que también necesitamos Estados que sepan cómo negociar –seguimos a Mazucatto–, para que los beneficios de las inversiones hechas con dinero público vuelvan a la sociedad de donde procede.
A nuestro juicio, la base estratégica se edifica en una expansión de la inversión pública, un planteamiento que parece haber calado en los planes de reconstrucción europea, a tenor de las informaciones disponibles y la concreción de 750 mil millones de euros como gran palanca de desarrollo económico. Los recursos se deberán obtener, de forma inmediata, a partir de peticiones de crédito y/o transferencias directas de capital, en forma de deuda perpetua. Y todo esto debe estar condicionado, en esta etapa de gran necesidad inversora, a una mayor flexibilidad por parte del BCE en sus requerimientos y exigencias. El retorno de la deuda debería ser uno de los grandes debates europeos, que favorezcan así una recuperación más simétrica. Si se quiere hacer viable la deuda, con distintos planes de re-estructuración, el avance de la inversión pública va a ser crucial, siempre, empero, con la superación de la idea de un Estado ingenuo que paga desperfectos y los “socializa”, pero que es inocuo para exigir contrapartidas a quienes auxilia. Por el contrario, las políticas de austeridad expansiva no han supuesto, en el pasado inmediato, una contracción importante de la ratio deuda/PIB, sino que ese cociente ha aumentado. Pero estos resultados –como ya hemos escrito en otras ocasiones– no amilanan las propuestas de austeridad espansiva, observables en recientes aportaciones del malogrado Alberto Alesina (The Effects of Fiscal Consolidations: Theory and Evidence, Cambridge, MA, 2017) y de sus numerosísimos e incondicionales seguidores.
La crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto tanto la debilidad de nuestra economía y sistema de protección social, como la necesidad de superarla mediante la acción colectiva planificada, solidaria y en cooperación con el resto del mundo. La inversión pública debe jugar un rol fundamental en este escenario. Las medidas de consolidación fiscal, si se aplican, inferirán la estagnación económica: más contradicciones en el sur y en las clases sociales más vulnerables. Evitemos esto con discurso propio, basado en el rigor, y en una opción de economía política que preserve los bienes públicos como bienes del común.
Leo siempre con suma atención los artículos del profesor Carles Manera aunque soy completamente lego en economía. Lo hago por la curiosidad de aprender y por la fe que tengo en que debe de haber otras formas más justas de convivir. Cierto que parto con la ventaja de tener una formación técnica, y más concretamente de la aplicada, en la cual si un motor falla o es que no está bien diseñado o está mal ejecutado. Entiendo que las ciencias sociales son más complejas, ya que el factor humano juega preponderantemente.
Me he alegrado enormemente el leer en el artículo del profesor Manera la frase siguiente: “Se trata, en definitiva, de no eludir el pensamiento estratégico, la planificación estratégica… “, porque ello significa evaluar los riesgos.
Siempre me ha maravillado la contradicción, a ojos vista, entre lo que hacen las empresas financieras para conceder un crédito, en cuyo análisis para el primer factor que consideran es el riesgo del retorno, y lo que hace la sociedad cuando alegremente privatiza los sectores económicos esenciales para su funcionamiento sin incluir el riesgo de fallo de esa privatización; o cuando adjudican grandes contratos dónde el riesgo solo lo corre la parte adjudicadora. Si el negocio sale redondo, miel sobre hojuelas para el adjudicatario, y si falla, el problema es para el adjudicador (el Estado).
Reconforta leer cosas cómo que las políticas económicas deben de empezar a tener en cuenta el fin propuesto, y que este sea el beneficio social. Sería interesante comenzar a distinguir los campos en que se mueven los capitalismos anunciados, porque entonces, teniendo claro su comportamiento, se podrían modificar fácilmente al menos el político y el meritocrático, y posiblemente elegir las mejores opciones del orgánico, aunque mucho me temo que al final, como también se dice en el artículo, los tres tipos, o más si los hay (lo dejo para los expertos) se condensen en uno, como la Santísima Trinidad.
Porque una cosa tengo clara, y creo que la tienen todos los empresarios. El problema de hoy no es producir, salvo pandemias que provoquen muerte y hambrunas a mansalva, sino vender. Y eso significa reparto de renta y trabajo. Y digo trabajo, y no creación de empleo, porque no es lo mismo empleo que trabajo. El aumento exponencial de la riqueza producida es una entelequia, y por lo tanto también lo es el aumento exponencial del empleo, cuando además el progreso tiende a liberar la producción del trabajo humano.
Es un placer leerle profesor Manera, aunque me cueste entender la jerga técnica propia de su condición de economista.
La construcción del bien común ha sido desde el siglo XVIII el sueño liberal en las sociedades que se incorporaban al centro capitalista de la economía mundo. Es decir, reflejar en un contrato social entre indiviluadidades la correlación de fuerzas entre grupos de individuos con una idea más o menos difusa de la sociedad, pero con la percepción de que lo que era bueno para unos no era lo que otros deseaban. Pero hoy, si lo que se ofrece como sociedad, en la época del cambio climático y la globalización, de la economía del conocimiento y el fin del trabajo, es elegir entre dos tipos de capitalismo cada día más parecidos, la humanidad, perdida la imaginación que siempre la ha permitido superar retos, se merecerá el desastre que ineludiblemente sufrirá, del cual este verano y esta pandemia son un anticipo. Melancolía Klein, en Esto lo cambia todo, exponía claramente las circunstancias que demandan un control democrático de los recursos globales y una planificación de las inversiones de acuerdo a la expresión democrática del bien común del futuro medioambiental. Evidentemente una nueva forma de entender la propiedad diferente a la que ha enmarcado el contrato social hasta hoy. Algo en fin que suponga superar el marco decidir privado, o capitalismo.
Chacho, pa to lo que has sido y lo poco que concretas, Así no salimos, quiá!
Capitalismo igual a crecimiento si o si: Problemas con el cambio climático.
Capitalismo igual a plus valias: Problema con el reparto, aumento exponencial de las rentas del capital, bajada exponencial de las de trabajo
Soluciones, las mismas que el del cuento la lechera: Ninguna
¿Puede morir de éxito el capitalismo? ¿Lo está haciendo ya? ¿La democracia, a velocidad de crucero, se está transformando de sistema político a sistema financiero? ¿Es bueno para ella? ¿Es lícito pedir inversiones al Estado, que vive de los impuestos, para salvar al capitalismo, y que los beneficios producto del capitalismo (cientos de miles de millones) se mantengan ocultos en paraísos fiscales en contra de la propia filosofía que defiende el capitalismo? ¿Los economistas, cuanto más famosos peor, dicen las cosas que (supuestamente saben) o las que políticamente se atreven a decir? ¿En realidad, los economistas, como los psicólogos y otra profesiones que llaman científicamente del pensamiento, sirven para algo más que para decirnos lo que está mal? ¿Por qué cada uno tiene su receta particular, y aquello de las escuelas económicas ha dejado de existir? ¿Quién miente más, a sabiendas, un economista o un político? Bueno, de acuerdo, miente más un sacerdote de cualquier religión, pero ese es otro problema… ¿Es moralmente lícito decir que hemos salido (casi) de la crisis del 2007 cuando en realidad se han salvado los beneficios del capital a costa de las rentas del trabajo? ¿Por qué no somos personas normales (los economistas que no hemos resuelto nada nunca) y nos concedemos unos años de silencio, a ver que pasa?
¿No será que el sistema empieza a dar síntomas de agotamiento? No cansancio sino agotamiento.
Personalmente no entiendo la deuda perpetua, no lo veo factible ni aconsejable. Nuestra agricultura ha sobrevivido a golpe de subvención, luego la cultura, etc. ¡y ahora se pretende subvencionar toda la economía!
El pasado enero, antes de que la economía norteamericana sufriera el primer embate del corona, su deuda era de 23 billones y los mercados empezaron a dudar si algún día se devolvería. En junio era de 25 y en plena recesión.
Algo falla y desde la misma raíz.