Una de las amenazas más largamente anunciadas de las que, al parecer, se ciernen sobre el sistema público de pensiones es el “baby-boom”: la llegada de las generaciones numerosas nacidas entre 1957 y 1977, que hará tambalearse el equilibrio del sistema. Pero no se trata, a pesar de lo extendido de esa creencia, de un lejano fenómeno demográfico: no hay que olvidar que los que llegan son cotizantes con derechos y legitimidad económica. En nuestro sistema público de pensiones solo cobran los que han cotizado un mínimo de años y lo que reciben es proporcional a lo que cotizaron[1]. Aquellos que empiezan a jubilarse a partir de ahora serán numerosos porque el empleo ha aumentado considerablemente en nuestro país desde 1977, año en que, en promedio, empezaron a llegar al mercado de trabajo las generaciones del baby-boom: en 2022 existían 7,8 millones de ocupados más que entonces. Además, nuestra economía se ha beneficiado, durante buena parte del período, del “dividendo demográfico”, que aflora cuando la población activa crece más que la población mayor dependiente[2]. Está documentado el hecho de que, en esos años, se produjeron grandes excedentes en el sistema de pensiones, que fueron destinados a sufragar otros gastos, en particular los de sanidad, contribuyendo a aligerar la presión fiscal y de cotizaciones sobre las empresas y los particulares[3]. Los que ahora se aproximan a la jubilación, habiendo cotizado por encima de las necesidades del momento, han contribuido por esta vía, además de con su trabajo, al aumento del Producto Interior Bruto (PIB), sin que, por desgracia para ellos, su excedente contributivo alimentara un Fondo de Reserva, aunque fuera virtual.
Como sociedad, hemos cobrado ya los efectos positivos de aquellos años y no podemos negarnos a pagar la deuda contraída con los cotizantes que acuden ahora a la ventanilla, pretendiendo rebajarles su pensión.
¿Baby-boom?
Es cierto que, en algunos países desarrollados, se produjo un fuerte aumento de la natalidad durante algunos años posteriores a la segunda guerra mundial, fenómeno que se conoce como “baby-boom”. Al parecer, este escenario también ha podido darse en España, aunque con casi diez años de retraso y sin un nexo claro con nuestra guerra civil, que terminó en 1939[4].
Lo que se conoce usualmente como baby-boom son 21 cohortes anuales, o generaciones (1957 a 1977), que contrastan claramente con las anteriores (las de la guerra y la inmediata posguerra) y con las posteriores, ya en rápido y prolongado declive. Si comparamos los nacimientos efectivos del período a la hipótesis de que su número hubiese permanecido constante en el nivel de 1956, el incremento total sería de aproximadamente un 10% (1.263.270 nacimientos más). Si hubo baby-boom, fue, desde luego, bastante moderado. El fuerte aumento de los que llegan ahora a la edad de jubilarse se explica, en parte por el moderado incremento de los nacimientos señalado, pero, sobre todo, por la presencia de inmigrantes, que nacieron en esas fechas pero no en España, y por el descenso de la mortalidad en las generaciones implicadas..
Los resultados que se muestran en el Cuadro 1 muestran que el famoso “baby-boom” explica menos de un tercio del aumento de los que llegan a la edad de jubilarse en las dos próximas décadas.
La disminución de la mortalidad, que ha dominado la evolución demográfica en España desde el inicio del siglo pasado hasta ahora, explica todavía el 22,8% del anunciado aumento, sobre todo entre los hombres (27,1%). Pero, la causa más importante es la llegada de inmigrantes que ha nutrido el mercado de trabajo y representa, en conjunto, el 45,4%, y más de la mitad en el caso de las mujeres. Esto significa que existió un mercado de trabajo dinámico, capaz de generar puestos de trabajo para unas generaciones numerosas, para las mujeres que se incorporaron a partir de mediados de los ochenta y que pudo integrar a un número elevado de inmigrantes
De nuevo, parece injustificado atribuir a fenómenos demográficos el aumento del gasto en pensiones. Es cierto que los inmigrantes juegan un papel crucial para el crecimiento demográfico, pero llegan porque existen oportunidades en el mercado de trabajo y se marchan cuando estas disminuyen[5]. Este supuesto “baby-boom” es, ante todo, la consecuencia de la evolución económica que, además de crear empleo suficiente para absorber el aumento de la población en edad de trabajar debido al “baby boom”, permitió incorporar un número creciente de mujeres y atraer a muchos inmigrantes.
¿Gender-boom?
Quiero resaltar un aspecto que, en mi opinión, no se destaca lo suficiente: el efecto que tendrá sobre las pensiones el auge de la actividad femenina, que se produce sobre todo a partir de la mitad de los años ochenta. Dentro del grupo de generaciones que llamamos “del baby-boom”, la evolución de la participación de las mujeres en el mercado laboral ha sido espectacular. En el gráfico 1 se han representado las tasas de empleo de algunas generaciones por edades para hombres y mujeres (número de ocupadas sobre población de cada edad[6]). La participación de los hombres en el mercado laboral depende fundamentalmente de la edad, tanto en la generación más antigua (1957) como en la más reciente aquí considerada (1977), que se unen perfectamente para formar un perfil por edades constante de una generación a otra. El caso de las mujeres es totalmente distinto: los datos de la generación de 1957 (a partir de 30 años) corresponden a lo que hace unos años se llamaba el “modelo femenino de inserción laboral”. Por el contrario, en la última generación del “baby-boom” (1977), las tasas son iguales a las de los hombres hasta aproximadamente los treinta años y después siguen una senda paralela, algo por debajo del nivel masculino. Finalmente, la generación de 1991 muestra un perfil indistinguible entre los dos sexos hasta al menos los treinta años (último dato disponible para esta generación), debido, en parte, a la disminución de las tasas masculinas. En las generaciones llamadas del baby-boom se ha producido la normalización de la participación de las mujeres en el trabajo remunerado.
La última generación considerada (1991) muestra que, cuando no existen impedimentos debidos a la situación familiar (la emancipación y la llegada de los hijos se produce hoy después de los treinta años) no se observan diferencias entre hombres y mujeres. Pero, salvo que se desarrollen políticas eficaces, que ahora no existen, algunas mujeres de las generaciones más recientes se verán todavía obligadas a renunciar al mercado de trabajo o a un recorrido profesional similar al de los hombres, con la consiguiente pérdida de ingresos y de derechos para ellas y de beneficio para toda la sociedad.
Una de las consecuencias es que aumenta la importancia de las mujeres en la evolución del gasto en pensiones. Aquí nos limitaremos a analizar la evolución de las pensiones de jubilación, como ejemplo más significativo de los efectos de los cambios que hemos descrito en este artículo. En enero de 2005 existían 4.634.658 pensiones de jubilación, 66,4% correspondían a hombres y 33,6% a mujeres. En junio 2023, el número de pensiones de hombres había aumentado un 22,8% (0,92% de media anual) y el de mujeres un 65,6% (2,27% de nedia anual). La evolución de la nómina (gasto correspondiente a estas pensiones) muestra claramente la brecha de género existente. La de mujeres se multiplica por 3,7 y la de los hombres por solo 2,47, debido sobre todo al fuerte incremento de pensiones femeninas. La pensión de jubilación media de las mujeres, que reprentaba el 61,4% de la de los hombres en enero 2005, representa solo algo más (el 68,2%) en junio 2023.
El número de pensiones en vigor en cada momento varía por una parte por el saldo de altas menos bajas y por otra parte por la inclusión como pensión de jubilación de las pensiones de incapacidad permanente de los que cumplen 65 años (regla vigente desde 1997). Las estadísticas de la plataforma eSTADISS del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, no incluyen en las altas de jubilación este cambio de denominación que no aumenta el gasto. Por ello, para analizar la dinámica de las pensiones de jubilación, solo tendremos en cuenta las altas y bajas definitivas. Los que provienen de la incapacidad permanente ya figuraban en el gasto y su presencia obedece a otros determinantes.
La dinámica actual muestra que la tendencia a una presencia creciente de las mujeres se afianzará en el futuro. El peso de las que se jubilan ahora en el incremento del gasto en pensiones de jubilación es ya más importante que el de los hombres. Entre 2005 y 2022, el número de pensiones de jubilación (de todos los regímenes) de hombres ha aumentado en sólo 32.876, diferencia entre 3.277.300 nuevas pensiones y 3.244.424 bajas definitivas. A pesar de este aumento neto muy moderado, el gasto total se ha incrementado en algo más de 1.200 millones de euros, como consecuencia de la gran diferencia existente entre la pensión media de las nuevas altas y la de las que causan baja. En el caso de las mujeres ocurre algo muy distinto. El aumento del número de pensiones de jubilación de mujeres ha sido de 577.211 en el mismo período (17 veces más que el de los hombres) diferencia entre 1.976.366 altas y 1.399.155 bajas[7].
Sin embargo, el aumento del gasto total debido a este aflujo de mujeres, 1.045 millones, ha sido inferior al provocado por la renovación de las pensiones de los hombres. La explicación es doble. Por una parte, la pensión media de las mujeres es inferior a la de los hombres y, por otra, la diferencia entre la pensión media de las bajas femeninas y la de las nuevas altas, es netamente inferior a la que existe entre los pensionistas masculinos (hay pocas mujeres muy mayores que disfruten de una pensión de jubilación propia).
La dinámica es, además, muy clara en cuanto al incremento del gasto total en pensiones por renovación de los jubilados y jubiladas. Mientras el provocado por la renovación de las jubiladas (línea morada del gráfico 2) aumenta de forma continua desde 2013 (salvo durante la pandemia), el que se debe a los pensionistas masculinos (línea roja del gráfico 2) disminuye fuertemente, a un ritmo acentuado por el mínimo de 2020, atribuible a la pandemia que decimó al grupo de edad de los jubilados. A partir de 2016, el incremento de gasto debido a las mujeres supera al de los hombres, con diferencias que parecen ir en aumento. En los últimos años, los hombres contribuyen menos de la mitad que las mujeres al incremento anual del gasto en pensiones de jubilación por la renovación de los efectivos, que es la causa principal de ese incremento. En los últimos años (desde 2020), la pensión media de los nuevos jubilados está prácticamente estancada, tanto entre los hombres como entre las mujeres. Si se mantiene esta tendencia, sabiendo que la pensión media de las bajas sí va a continuar subiendo, el efecto de la diferencia entre las pensiones medias de altas y bajas irá disminuyendo y cobrará mayor importancia el aumento del número de altas (además de las revalorizaciones, naturalmente). Esto significa que, cada vez más, el incremento del gasto en pensiones se explicará por la llegada de las mujeres que empezaron a incorporarse masivamente al mercado de trabajo hace cuarenta años, y hoy son 9,8 millones frente a 11,26 millones de hombres ocupados (en el segundo trimestre de 2023, según la EPA).
Es lícito, en estas condiciones, plantearse si, al final, en lo que respecta a las pensiones, el famoso “baby-boom”, en el que ya vimos que los nacimientos no tuvieron demasiado que ver, no es más bien un “gender-boom”. Debemos entonces tener muy presente que, cuando nos preguntamos qué hacer frente a la oleada de pensionistas que está a punto de llegar, la solución de recortar las pensiones perjudicaría sobre todo a las mujeres, ya desfavorecidas en sus prestaciones por su dedicación a trabajos peor remunerados y por carreras de cotización menos sostenidas que la de los varones.Por otra parte, son ellas las primeras interesadas en la solidez de nuestro sistema público. Los planes privados de pensiones resultan netamente menos rentables para las mujeres, debido a su mayor esperanza de vida. Por el mismo ahorro invertido en un fondo de pensiones privado, una mujer recibirá una pensión mensual sustancialmente menor que un hombre. Tampoco favorece actualmente a las mujeres el sistema público, debido a la “brecha en pensiones”, ligada al género, fruto esencialmente de la situación de inferioridad de las mujeres en el ámbito del trabajo remunerado, a lo que se añade el peso de las responsabilidades del cuidado, que compiten con el recorrido profesional y afectan muy negativamente a las mujeres, condenadas a carreras de cotización entrecortadas de lagunas. Este cúmulo de obstáculos que se opone a la igualdad de género en el ámbito de las pensiones puede ser contrarrestado, en parte, adaptando las reglas de cálculo de la pensión inicial y así se plantea en la última reforma (tratamiento de las lagunas de cotización, posibilidad de descartar los dos peores años en el cómputo de la base y, sobre todo, creación de un“complemento para la reducción de la brecha de género”). Pero la fuente de las desigualdades en el monto de las pensiones hay que buscarla en el mercado de trabajo y, más allá, en la ausencia de organización social del cuidado. Solo si la necesidad de cuidar no afecta la inserción en el trabajo remunerado, porque implique tanto a mujeres como a hombres, y se reconoce como actividad generadora de derechos para la jubilación, se podrá realmente reducir la brecha de género en pensiones.
Hemos partido de una difusa amenaza, atribuída, como otras, a una demografía adversa, para encontrarnos con los efectos de la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, el cambio social y económico más importante del siglo XX. Nuestro sistema de pensiones debe ahora hacer frente, no a un “baby-boom”, un accidente de nuestra demografía, sino a la llegada a la jubilación del gran número de cotizantes que protagonizaron con su trabajo el gran salto adelante de nuestra economía, sobre todo mujeres e inmigrantes, que aspiran legítimamente a cobrar la pensión que les corresponde. Son los verdaderos artífices de nuestra prosperidad y los desequilibrios anunciados para las dos próximas décadas deben de ser resueltos sin recorte de las pensiones.
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[1] Los complementos a mínimo y las pensiones no contributivas no se financian con cargo a las cotizaciones.
[2] Lee, R (2021) “El dividendo demográfico, una oportunidad para el desarrollo de la economía y del estado del bienestar” in Fundación “la Caixa” – ElObservatorioSocial [ver en particular el gráfico 3] https://elobservatoriosocial.fundacionlacaixa.org/-/el-dividendo-demografico-una-oportunidad-para-el-desarrollo-de-la-economia-y-del-estado-del-bienestar
[3] Fernando de Miguel, 2017, ¿Cuál es el auténtico saldo de la hucha de las pensiones?”
https://economistasfrentealacrisis.com/cual-es-el-autentico-saldo-de-la-hucha-de-las-pensiones/
[4] Aunque es cierto que la década siguiente puede considerarse una prolongación del conflicto, durante la cual, como se ha dicho, España era un país ocupado por su propio ejército
[5] Aunque pueden detener algún derecho a pensión cuando dejan de ser residentes.
[6] Se trata de estimaciones elaboradas por el autor a partir de los datos absolutos de ocupados por grupos de edad que publica el INE para cada trimestre. En primer lugar, se han interpolado mediante spline cúbico los valores por edades simples y posteriormente se han combinado los valores trimestrales obtenidos para estimar el promedio de ocupados por año/generación (rombo del diagrama de Lexis que representa las personas que, ese año, cumplen una determinada edad). Las tasas se han obtenido dividiendo por la población media en ese intervalo.
[7] En las estadísticas de la Seguridad Social figuran algunas pensiones para las que no consta el sexo. Se han distribuido proporcionalmente entre mujeres y hombres.