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Por qué votar y a quién, en diez minutos

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La abstención no sirve como castigo a los políticos. Aunque finjan celebrar la fiesta de la democracia sobre montañas de votos, la verdad es que sólo les gustan los suyos. A todos les parece estupendo que se abstenga quien no les vaya a votar. Lo que les importa es obtener diputados y con suerte gobernar, por eso encajan mejor la abstención que el voto a los otros. El líder que consiga su objetivo con pocos votos se dará golpes de pecho por el deterioro de la democracia en la noche electoral, pero se le pasará pronto, seguro.

La abstención no es castigo de políticos pero es práctica autolesiva. Rara vez masoquista, porque el abstencionista casi nunca es consciente del daño que se hace, pero se lo hace. Matemáticamente. No sería así si cada persona distribuyese a priori su voto en forma aleatoria entre aquellos partidos que fuesen a obtener diputados, pero eso no suele ocurrir. Los votantes tienden hacia un lado u otro, a izquierda o derecha, con determinada probabilidad. Por tanto, con la abstención sacan mejor partido, nunca mejor dicho, aquellos a los que menos se iba a votar. La abstención favorece lo indeseado. Por eso cuando es alta emergen indeseables.

Para intentar explicar lo que ocurre, imaginemos que el resultado de las elecciones se cuenta en una bolsa con bolitas de los electores, diez cada uno. Cuando alguien opte por la abstención no extraerá una sola bolita de un único voto de la bolsa que decidirá el resultado, sino las diez bolitas de sus opciones potenciales de voto, que no se distribuyen igual que las de otros votantes. Si alguien pensaba votar al PSOE con una probabilidad del 50%, a Unidas Podemos al 30% y a Más País al 20% y finalmente decide abstenerse extraerá de la bolsa que decidirá el resultado cinco bolitas del PSOE, tres de Unidas Podemos y dos de Más País. Después de la extracción quedarán en la saca menos bolitas de lo que más le gustaba y más bolitas, proporcionalmente, de lo que le disgustaba (del PP o de Vox, a los que no pensaba votar).

Lo anterior puede ayudar a entender que los abstencionistas, si lo hacen por estar cabreados, contribuyen con su abstención a elevar su propio cabreo. También explica la estupefacción y arrepentimiento  de muchos que no votaron en las elecciones del Trumpismo o en el referéndum del Brexit. O el chasco de los andaluces de izquierdas que tampoco votaron en las últimas autonómicas, donde ahora gobierna el PP con un pésimo resultado y gracias al inesperado ascenso de VOX (ver aquí). O también que algunos independentistas catalanes vayan predicando urbi et orbi que ganaron un referéndum por la independencia de Cataluña con el 90% de los votos, aunque en este caso, vista la pantomima del 1-O, poco hay que reprochar a quienes se abstuvieron.

De esos ejemplos y muchos otros vamos e iremos bien servidos elección tras elección en Europa, en América y en todo el mundo, porque las campañas electorales modernas incluyen campañas paralelas de pago que no buscan el voto deseado sino la abstención del indeseado, lo que se ha descubierto muy rentable. Por eso toda esa siniestra trama de expertos que cobran por ganar elecciones, en ocasiones a sueldo de intereses extranjeros. Su última hazaña, pegar carteles en barrios obreros de España animando la abstención de potenciales votantes de izquierdas, con fotos y todo, y dejando pistas falsas para que parezca que el culpable promotor es el otro izquierdista que no sale en la foto. Repugnante, pero de efectividad demostrada. Los políticos debieran tomarse más en serio todo este asunto que en ocasiones les favorece, pero que convierte la política en un muladar. El cabreo se puede descontrolar, lo estamos viendo en algunos países, y esas sucias maniobras que buscan la abstención fomentan el cabreo agudo.

A pesar de toda esa endiablada probabilidad que no deja a uno abstenerse en paz quedaría el recurso de no votar para, de puro hartazgo, empeorar la situación, pero ese cálculo tampoco tiene escapatoria. Una situación de cuanto peor mejor, tan del gusto de políticos catalanistas y españolistas, no es aconsejable para un modesto elector, a quien irremediablemente le irá peor por estar impulsando con su abstención lo que menos desea. Y tampoco sería consecuente, porque si cuanto peor fuese mejor le convendría votar lo que considera peor para acelerar el proceso y terminar de una vez. Pero esto, además de que puede revolverle las tripas, transformaría su heroica abstención en un voto indeseado al más indeseable. No funciona.

Cuanto peor no es mejor, ni siquiera cuando se calcula una parcela pequeña de rédito grande frente a pérdidas masivas de mucha gente. Esto es algo que van descubriendo muy sagazmente en los organismos multilaterales (FMI, OCDE, Comisión Europea), que con sus recetas de austeridad para los de abajo consiguieron transformar una crisis financiera en una grave crisis social gripando el motor de la economía mundial. Cuanto peor puede ser peor hasta para los de la cúspide de la pirámide, y esto, que parece de cajón, está a punto de ser confirmado formalmente por expertos.

En resumen, respecto a si hay que votar, no hay que darle vueltas. Es mejor votar, de todas, todas. Y no votar al tuntún, sino lo que uno desea. Con lo que se llega a la segunda pregunta, a quién votar, que tampoco es difícil responder dedicándole otro rato.

Muchos utilizan las elecciones para votar a la contra. Contra las feminazis, los animalistas, los cazadores, los rojos, los fachas, los catalanes, los españoles, los musulmanes o los ateos. Otros desahogan su frustración sobre las espaldas de los más débiles, los inmigrantes de las pateras, por ejemplo. También están los que votan con la intención de que les arreglen lo suyo, el blindaje de sus ahorros en un paraíso fiscal, o la multa por añadir una planta ilegal a su chalé. Craso error en todos los casos. Porque una cita electoral para elegir el gobierno de España no es para cobrarse venganza ni aliviarse problemas personales. Y esto no es una advertencia moral sino una realidad constatable. El gobierno de España no sirve para sacarse rencores, si acaso para azuzarlos si consiguen gobernar los españolistas del cuanto peor mejor. El rencor se autoalimenta y siempre encuentra nuevas víctimas, así que para no entrar en otra espiral autolesiva es mejor sacárselo de encima que volcarlo en las elecciones. La especialidad del gobierno de España tampoco es resolver problemas particulares. Si alguien ve alguno personal resuelto será por casualidad, o porque sea parte de un problema colectivo, con lo que sería más útil votar al mejor gestor de los problemas colectivos. La próxima cita electoral no es para elegir un alcalde que deba resolver problemas personales en un ayuntamiento pequeño, sino para una tarea colosal: diseñar, casi seguro pactando, porque la mayoría absoluta se vende cara, las grandes políticas del país que vengan a resolver los problemas colectivos en orden de prioridad.

El problema principal que tenemos en España es el mismo que tienen todos los países del mundo sin excepción: la desigualdad patrimonial. Unos la tienen en forma bestial, como Rusia, otros andan apuntalando y distrayendo la atención por peligro de derrumbe, como EEUU, otros como en China empiezan a temblar por su espectacular crecimiento mientras se ralentiza el PIB, y en todos hay síntomas de que la desigualdad extrema, creciente y generalizada es el mayor problema a resolver. En Francia, en Italia, en Chile, en Reino Unido, en Bolivia, en Argentina, en Brasil, en Hong Kong… hasta el último rincón hay síntomas del fracaso y el hartazgo por el desequilibrio de poder entre los muy ricos de muy arriba y todos los demás. Los primeros al timón de un descerebrado proyecto personal que está arrasando el planeta, incapaces siquiera de colmar su interés o calmar su ansiedad porque su ambición es insaciable, y todos los demás padeciendo un modelo kamikaze en el que día tras día todo parece ir peor.

Si quedan dudas sobre los dos tipos básicos y diferentes de la desigualdad, la de rentas y la de patrimonio, y cómo afrontarlas, pueden consultarse anteriores artículos de este blog. La de rentas, el peor problema en España, tiene posible solución con recetas tan efectivas y reconocidas como reforzar el Estado de Bienestar con una fiscalidad más progresiva. Pero no hay que perder de vista que el problema de fondo es la desigualdad patrimonial, la de las rentas acumuladas, el inmenso problema, porque antes o después habrá que tomar una medida de cambio radical para evitar que su crecimiento extremo se lleve por delante al planeta y sus habitantes. Tan grande es el problema y tan a la vista está que ya hay políticos en las grandes potencias, medios financieros y hasta algún multimillonario que empiezan a cuestionarse si sería conveniente establecer un límite al capital personal.

Por el gráfico del reparto patrimonial, siguiendo la pista de la pasta, no parece buena idea eliminar impuestos a los ricos en un país campeón en desigualdades sociales, con enormes bolsas de pobreza, baja presión fiscal y muy baja progresividad fiscal comparativa. Al menos si el objetivo es parecerse a los socios comunitarios mejor situados. Pero para centrar el asunto en el a quién votar, que el título prometía como tarea no tan compleja, hay que valorar primero si uno piensa que la desigualdad es un problema. Para el PP, Ciudadanos y Vox no lo es en absoluto. Entre sus líderes alguno comenta con la boca pequeña que si acaso habría que reducir la pobreza como si fuese cosa ajena a la desigualdad, lo que exige un notorio esfuerzo de abstracción también comentado aquí. Y los tres tienen como solución a los graves problemas sociales una auténtica barbaridad: bajar los impuestos donde más se podría recaudar, entre los más ricos, cuya presión fiscal en España es risible en comparación con los socios comunitarios de referencia. Nunca se vio en país alguno -salvo en un proceso de burbuja financiera que atrae capitales piratas que deciden cómo se llena la caja y peligrosamente cuando se vacía- que bajar impuestos a los ricos donde disfrutan de baja presión fiscal sirviera jamás para solucionar problemas sociales. Pero aun así, los tres socios siguen erre que erre con la bajada de impuestos. Miedo da si consiguen gobernar.

Dejando a un lado la cuestión prioritaria de la desigualdad, hay otro factor que podría inclinar el voto, la cuestión catalana, sobre la que no me voy a extender porque la he tratado aquí. Los partidos nacionalistas lo son porque tienen una prioridad: el nacionalismo. Si les toca elegir entre nacionalismo o menos desigualdad, los de derechas ni se lo pensarán porque lo segundo les da igual, y los de izquierdas, como hemos visto más de una vez, elegirán lo primero porque su objetivo vital es la independencia. Si no, no tendrían esa estrategia común tan estrecha con quienes pasan olímpicamente de la desigualdad. La cuestión catalana puede resolver otras dudas, si todavía quedaran, para no votar al triunvirato aznarista (PP, Ciudadanos y VOX), porque su receta de mano dura no hace sino alimentar el cuanto peor mejor, que si es rentable a su política es pésimo negocio para la gran mayoría de los votantes, a quienes tocará pagar las facturas de la burbuja política de la confrontación, los desórdenes en las calles y el déficit fiscal si llegan a gobernar.

Así que van quedando pocos partidos a los que conviene votar, por decirlo claramente a Más País, Unidas Podemos o al PSOE, los que claramente manifiestan que la desigualdad es un problema prioritario que conviene resolver. Otros partidos regionales que aciertan el mismo empeño y tienen posibilidad de obtener diputados son también buena opción. La división acostumbrada de la izquierda, llamada a convivir sí o sí para gobernar y hacer políticas que reviertan la desigualdad, podría restar diputados, pero no hay que obsesionarse esta vez. Las bolsas de recuento en las elecciones generales son más grandes y la derecha acude también dividida a las elecciones, por lo que es difícil saber a priori a quién favorecerán los restos. Hay que confiar en que el partido de la última partición de la izquierda haya hecho un buen cálculo sobre dónde convenía presentarse y dónde no, y parece que al menos se lo han estudiado.

Queda por ver el extraño caso del PACMA (Partido Animalista Contra el Maltrato Animal), que obtuvo en las últimas generales casi tantos votos como el PNV, pero ningún diputado por tener su voto disperso, frente a los valiosísimos seis del PNV, que puede decidir una política de derechas o de izquierdas en España, a favor o en contra de la desigualdad, según convenga a sus intereses regionales. PACMA no juega a obtener diputados, sino a concienciar sobre el maltrato animal, lo que es muy loable e interesante, pero el objeto primordial de estas elecciones no es la concienciación de cosa alguna, sino obtener diputados provinciales para conformar el gobierno de España. Pudiera ocurrir que por conservar una parcela de concienciación a favor de los animales se acabe favoreciendo al partido de los cazadores. PACMA debería diseñar una estrategia electoral que le aportase diputados con tantos votantes, porque las normas electorales hay que tenerlas también en cuenta, gusten o no. En todo caso, salga lo que salga y con las reglas que hay, será bueno que todos los políticos se remanguen esta vez para gobernar con lo que los españoles decidan, les guste o no, soportando estoicamente el mal menor. Como bien sabe Valls, a veces hay que elegir entre lo menos y lo más indeseable, aunque le haya costado la expulsión de Ciudadanos, inmerso en la política del cuanto peor mejor.

Y un apunte final. A la vista del gráfico puede uno darse cuenta de la zona de la primera columna, el porcentaje de la población ordenada según patrimonio, dónde están y estarán todos los candidatos que se sentarán en el Congreso y el Senado. Y a la inversa, la zona en la que ninguno de ellos está ni estará. Pero no hay que desanimarse. En un sistema parlamentario los políticos no son la gente sino los representantes de la gente. Y es de políticos buena gente representar a toda la gente aunque sus problemas no sean los propios. No queda otra que confiar en que los partidos que defienden revertir la desigualdad se acuerden de quienes peor están, porque ninguno estará en el Parlamento. Hay que confiar, porque optar por la abstención sería peor.

About Luis Molina Temboury

Economista especializado en el análisis estadístico de la desigualdad. Convencido de que para revertir la escalada de la desigualdad extrema tendremos que acordar un límite al patrimonio. Cuanto antes mejor. Miembro de Economistas Frente a la Crisis

2 Comments

  1. Alex el noviembre 8, 2019 a las 7:05 pm

    Directo, eficaz

  2. miguel el noviembre 14, 2019 a las 6:46 pm

    no está mal

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